Jugo de naranja con ñapa


Siendo hija de las peculiares circunstancias que se forjan en el andar cotidiano, la picaresca no tiene límites, llegando a convertirse en una forma de vida que sin heroísmo ni santidad, responde a la monótona hostilidad de cada día.

Aun con la sensación de fracaso que le acompaña mientras dure su existencia, el pícaro aprende a vivir compartiendo la influencia de otras vidas sobre las de él, pero dedicando todos sus esfuerzos para que la suya transcurra de la mejor manera posible. De este modo, lo cotidiano es parodiado con sentido burlón, utilizando algunos elementos de la realidad que conjugan un poco de verdad y algo de fantasía.

El reclamo publicitario “Jugo de naranja con ñapa”, captado en una céntrica avenida de Barquisimeto (Venezuela), da buena cuenta de ello; confesión autobiográfica del hombre que intenta convencer a fuerza de ñapas, siendo éste el punto en el que centra el mensaje y marca la irresistible diferencia que invita a adquirir el precioso elixir de la anaranjada fruta. Según él, al viandante no le interesa si el jugo es dulce o ácido, recién extraído o diluido con agua; al viandante solo le interesa la ñapa; esa ganancia marginal sin trascendencia que está presto a aprovechar. ¡Cómo no hacerlo si viene con ñapa!

El “juguero”, por así decirlo, no sólo vive de exprimir naranjas, también extrae y condensa la sustancia moral y social del arte de vivir lo cotidiano, mostrando su ideal caballeresco en un vano intento por mejorar su condición social y dramatizando sobre sus buenas intenciones. Para ello, tras reconocer la debilidad de una sociedad que se deja atrapar por la ñapa, recurre a la astucia, aun sin trampas ni engaños, y satiriza con ella; irónico contrapunto de quienes no ven en el mensaje la oportunidad de calmar la sed, sino de aprovechar el regalo; algo que el pícaro sabe y que está presto a aprovecharlo para sí, quizás sin percatarse de que está ironizando sobre los valores sociales dominantes.

En la picaresca cotidiana, el protagonista de la historia no es el hombre de la calle, atraído por tan inesperado giro de la suerte, el protagonista es el pícaro complaciente que enfundado en el disfraz de la humildad y la benevolencia, da un zarpazo a la ingenuidad del caminante ofreciéndole algo difícil de rechazar, al mismo tiempo que genera simpatía.

Fullerías y embaucamientos que no convierten al pícaro en truhán, sino en golfillo dispuesto a sobrevivir recurriendo a su ingenio y picardía para asegurar su objetivo con el menor esfuerzo posible. Así, no hay evolución posible que cambie la historia, pero tampoco deja de ser personaje representativo de los aspectos más crudos de la existencia.

La ética: entre el saber y la conciencia


La ética es la suprema expresión de la inteligencia humana”. Con estas palabras, Víctor Guédez no solo enaltece el poder de la ética para la creación y transformación a través de la racionalidad y la utilización del talento, sino que además conjuga lo moral con lo biológico, y lo racional con lo afectivo, logrando que el lector se percate de que la ética es conocimiento en sí misma.
Sin pretender abordar la ética desde su densa perspectiva filosófica, se aprecia que es precisamente en la dualidad cognición/emoción donde emerge la simbología de la realidad; por ello, no habría lugar para desligar lo cognitivo, de lo simbólico y lo moral, convirtiéndose la ética en ese tipo de saber que orienta el conjunto de acciones alejadas de la lógica formal, de lo normativo y de lo estructural. Por ello, la dimensión ética de cualquier acción incorpora la idea de voluntariedad, de libertad, de responsabilidad y de prudencia, pero también añade la idea de futuro puesto que al contrario de lo estético, lo ético no tiene cabida en la fugacidad del presente. Toda acción ética está orientada a contribuir a preservar la naturaleza humana; en consecuencia, la utilidad de todo conocimiento no es otro que el de contribuir a una vida mejor.
Sin embargo, no hay dudas sobre la distorsión histórica en cuanto a la utilización del conocimiento, al cual se le ha considerado como un objeto de mero valor económico; es decir, como un bien de intercambio comercial divorciado de las personas, de sus compromisos y de la interioridad del ser. De este modo, la cosificación del conocimiento ha derivado en una oscura deshumanización y a la sutil pero sistemática pérdida de la libertad y del principio de convivencia basado en la comprensión, la solidaridad y la justicia.
La vinculación entre conocimiento y libertad, irrumpe y configura el complejo escenario social contemporáneo marcado por el pluralismo y la diversidad, pero que en todo caso se ha construido al amparo de la ausencia de neutralidad del conocimiento, pues tal como sobradamente lo han planteado filósofos de la talla de Jürgen Habermas, la orientación de todo conocimiento está definida por los intereses racionales de quien intenta conocer.
De este modo, toda pretensión de conocer lleva implícito un propósito, entendiéndose fácilmente que la gestión del conocimiento no es más que la gestión de los intereses y las intenciones, convirtiéndose –por lo tanto– en materia de reflexión ética dado su poder para orientar la cotidianidad en el mundo de vida.
Lo anterior nos remite al concepto del saber ético, lo cual equivale al modo de orientar racionalmente la acción. Si como ya se ha discutido, toda acción deliberada deviene del uso del conocimiento, entonces y desde una perspectiva moral, gestionar la acción racional implicaría considerar las vertientes fundamentales del proceso de conocer y aprender, es decir: los intereses y las intenciones, pero en un escenario complejo esto no sería suficiente, pues obligaría también a mantener un equilibrio entre los intereses propios y los ajenos para crear la conciencia ética y reducir de ese modo la brecha entre las convicciones individuales y las responsabilidades colectivas. Tarea nada fácil pues para ello se requiere amalgamar la educación y el espíritu de progreso, con valores tales como la autoestima, la solidaridad y el sentido de justicia.
La deliberación ética habita entre el saber racional y la conciencia moral. Muchas preguntas pueden derivarse de esta afirmación, pero en todas ellas, el rol de la educación ocupa lugar privilegiado al momento de intentar encontrar las respuestas que nos aproximen a la construcción de la sociedad necesaria.

Ciencia sin conciencia


Quizás, el más sublime tributo del ser humano para la preservación y desarrollo de nuestra especie sea la generación y difusión del conocimiento científico. Generar ciencia constituye indiscutible homenaje a la capacidad humana de creación, y su difusión está enraizada en la esperanza de un mejor futuro para las actuales y nuevas generaciones.
Es bien sabido que la ciencia no ha sido capaz de encontrar respuestas a todas las preguntas, pero también es cierto que en esta época de desproporcionados relativismos, la mente ha iniciado viajes por peligrosos derroteros en compañía de pasiones sin rumbo, tristemente enfocadas a la sobrevivencia del día a día, que incluso llegan a debilitar la capacidad para formularnos tales interrogantes.
La ciencia es para creyentes y paganos, pero pareciera que la producción científica no tuviera destinatarios. De hecho, salvo honrosas excepciones, los pocos artículos científicos que se producen se escriben para salir del paso, como un requisito más que ha de superarse para satisfacer egos académicos; y es que la originalidad está deteriorada por la desidia y la intemperie a la que se han desterrado las fuentes morales implícitas en todo acto de creación, hasta el punto que la opinión propia, aun proveniente de mentes ilustradas, ha perdido espontaneidad y se encuentra desprovista de admiración.
Así, la ciencia no se ve fielmente reflejada en una cultura ciudadana que clama por encontrar respuestas a sus problemas cotidianos, y en ese vacío, el conocimiento popular sustentado en tertulias de esquina e intercambios digitales de escaso cuño, se erige como la base para la construcción social de interpretaciones y significados que alientan aun más el desánimo por la ciencia y neutralizan las escasas capacidades creativas que aún persisten.
Hoy día, lamentablemente, hacer ciencia es un acto reservado para personas valientes, decididas a traspasar los límites de la vanidad y capaces de situar el conocimiento en su verdadera esencia y justo sentido, pero mientras continúe reservada a ese pequeño grupo de valientes, costará mucho derribar las barreras cognitivas y morales que impiden la conformación de una cultura científica genuina, que convierta al ciudadano en el constructor de su propia realidad y que le permita depositar en ella las esperanzas de solución a sus problemas cotidianos.
La ciencia no puede estar alejada del hombre común porque él también tiene algo que decir. Ese ciudadano que sufre en su día a día necesita ser escuchado porque su conocimiento ha sido libremente obtenido, sin vanagloriarse por ello y sin almidonadas prácticas con las que, desapercibidamente, se le han restado oportunidades a la verdadera integración social.
Todo ciudadano es esencialmente educador, transmisor de valores y constructor de la sabiduría y conciencia colectivas. Por ello, nunca se podrá hablar de una legítima conciencia científica mientras no estemos dispuestos a trascender las fronteras de lo inmediato, pero también mientras los gobernantes no dejen de alentar la controversia mundana y, sobre todo, mientras los propios miembros de la comunidad científica permanezcan complacientes y ajenos al drama que representa la pérdida del interés por indagar, conocer, crear y argumentar.

La esencia del cambio organizacional: una cuestión de enfoque


Para intentar protegerse de los problemas, las personas tratan de evitar lo desconocido refugiándose en valores y hábitos que ya conocen; procuran hacer solamente aquello con lo que están familiarizadas, reaccionan contra lo nuevo y, en definitiva, se resisten a los cambios cualquiera sea su naturaleza.
Pretendemos crear una “zona de comodidad” en nuestras vidas, resultándonos difícil aprender o hacer cosas nue­vas. Nos duele cambiar nuestras actitudes, porque implica abandonar esa zona de comodidad. Lo que no nos resulta familiar se convierte en un obstáculo; pero si reflexionamos brevemente nos daremos cuenta que paradójicamente, el verdadero aprendizaje siempre ocurre fuera de esa zona de comodidad.
En un mundo en constante cambio, preser­var actitudes y creencias no es la mejor alternativa. Tenemos dificultades con lo nuevo hasta que lo aprendemos y ese paso nos impulsa a dar otro mayor, anhelando el desarrollo.
Las organizaciones anhelan el desarrollo como un instrumento para ganar terreno en su afán de ser competitivos. Los trabajadores desean el desarrollo personal como un elemento generador de nuevas inquietudes que se traducen en fuerzas de presión para obtener un mayor nivel de reconocimiento e incrementar el nivel en la calidad de vida.
Todos queremos el desarrollo; unos en mayor medida que otros y algunos, con intereses distintos de los demás. Sin embargo, alcanzar ese tan preciado nivel de desarrollo parece mucho más difícil y agotador de lo que pudiéramos imaginar, no tanto por la escasez de recursos o conocimientos, sino porque todas las organizaciones poseen cuatro características comunes que bien pueden interpretarse como barreras al progreso, obligándonos constantemente a cambiar de rumbo.
La primera característica corresponde a la complejidad interna. Las organizaciones son complejas porque sus procesos son complejos y porque poseemos una capacidad limitada para comprender y predecir la conducta de la gente. Además, a las complejidades de las conductas individuales, deben añadirse las complejidades de las conductas grupales.
La segunda característica se refiere a la sorpresa. Las organizaciones son sorprendentes porque, generalmente, la mejor opción para atacar un problema se convierte en fuente de nuevos problemas, haciéndonos difícil predecir los resultados globales de las iniciativas y decisiones; más difícil aún, es controlar las reacciones antes que surjan los conflictos de alto nivel.
El tercer elemento característico de cualquier organización es el engaño. Todas las organizaciones son engañosas porque son ellas mismas las que suelen encubrir los elementos sorprendentes. Lo que aparentemente luce como un todo armónico, en el fondo esconde un germen problemático que no saldrá a la luz hasta generarse el conflicto. Esto se agrava por el hecho de que en la mayoría de los casos, la cultura individual está reñida con la propia cultura organizacional.
La complejidad, la sorpresa y el engaño son los elementos que desencadenan la cuarta y más importante característica de las organizaciones: la ambigüedad. Ésta se manifiesta por la dificultad para identificar los problemas entre las múltiples interpretaciones que de ellos se derivan, así como por la presencia de metas divergentes, conflictos políticos y emocionales, en la negación de responsabilidades y sobre todo, en la inadecuada utilización de criterios para medir el éxito.
Ante el reconocimiento de la ambigüedad como característica, surge una pregunta difícil de responder: ¿cómo saber lo que realmente está ocurriendo en nuestra organización? A lo que habría que preguntarse entonces, ¿cómo alcanzar el desarrollo si no sabemos lo que realmente está ocurriendo?
Dirigir una organización que al mismo tiempo es compleja, sorprendente, engañosa y ambigua no parece ser tarea fácil. La historia demuestra que el centro de atención y guía para la solución de los problemas organizacionales, dependía del enfoque que la gerencia le diera a la relación causa-efecto. Dependiendo de las valoraciones y creencias de éste, los problemas y conflictos pueden ser manejados, atendiendo a cualquiera de estos enfoques.
Tenemos así, el enfoque estructural que enfatiza la importancia de las metas, las funciones y la estructura; el enfoque de recursos humanos que enfatiza las relaciones entre la organización y su gente como portadora de necesidades, sentimientos y prejuicios; el enfoque político que enfatiza el uso del poder, la negociación y el manejo de recursos como medios para lograr la cooperación; y por último, el enfoque simbólico que propone la necesidad de incrementar la confianza en los modelos, imágenes mentales y valores, como vías para imponer y preservar el orden.
Todos estos enfoques, aunque válidos en cuanto a su naturaleza y contenido, no aportan nada significativo si se les trata de manera única y excluyente. Las acciones que deriven de la aplicación del enfoque político, por ejemplo, no surtirán efecto si no se toman en cuenta los supuestos estructurales. Igualmente, el enfoque humano podría ser inútil si no se considera el enfoque simbólico o el político.
Esto nos conduce a interpretar el éxito o fracaso de la organización, como la respuesta natural a su capacidad para utilizar varias perspectivas al mismo tiempo, sin concentrarse en un único enfoque que restrinja la habilidad para moverse con creatividad y flexibilidad en un ambiente crítico y retador.
El desarrollo de una organización solamente será posible en la medida en que sepa reconocer los cambios y adaptarse a ellos. Para lograr esto hay que visualizar las oportunidades, consolidar la cultura e integrar armónicamente las perspectivas y enfoques que, aún cuando aparentemente pudieran lucir contradictorios, se nutren unos de otros hasta volverse complementarios.
En conclusión, gestionar el cambio en medio de la complejidad y la incertidumbre es un reto que sólo podrá ser afrontado por el líder que establezca claramente una dirección, que propicie la creación de equipos de trabajo de alto desempeño para la generación y el desarrollo de estrategias, que inspire confianza y que energice a la gente para sobrepasar las barreras políticas y culturales.
El líder no deberá limitarse a lograr las metas organizacionales, sino que debe ir en busca de resultados potenciales, procurando un cambio en la mentalidad de la gente para que sea flexible, adaptable, innovadora y orientada a trascender la familiaridad y rutina que se haya implícita en toda zona de comodidad.
La velocidad del cambio será mayor en la medida en que los gerentes ejerzan mayor liderazgo para armonizar saberes e intereses. Una gerencia fuerte con un liderazgo débil creará un tapón que no permitirá liberar las presiones organizacionales y que sólo conducirá a consolidar los vicios empresariales.
La esencia del cambio radica en el compromiso y la voluntad. Son éstas las únicas armas que necesitamos para avanzar con paso firme hacia lo desconocido. No es un problema de tiempo, ni de recursos, ni de capacidad; es, simplemente, una cuestión de enfoque.
Extracto del documento: Manejo del cambio y la incertidumbre©2010 Eduardo Pateiro Fernández