De la transgresión necesaria, a la capacidad de transgredir

Por su propia naturaleza el hombre es un ser insatisfecho, siendo precisamente ese afán de transformar lo que le rodea, lo que debiera conducir a la verdadera reflexión sobre la forma de interrelación con sus pares sociales. Dicho de otro modo, a la forma de gerenciar su realidad y la aproximación al futuro deseado. Sin embargo, la mayoría de las empresas están dirigidas por personas nacidas, criadas y educadas bajo la lógica moderna, siendo más fácil defender lo conocido, que sumergirse en una lógica que perdería su propia condición cuando se interpreta a la luz de la postmodernidad.

Sería inocente asumir que modernidad y postmodernidad son conceptos antagónicos, en el que el nacimiento de uno conlleva explícitamente a la desaparición del otro. Ambas lógicas pueden y de hecho se superponen, conviviendo juntas y escondiéndose la una en la otra. Quizás la lógica moderna luche por su vigencia, como en su momento, tras la aparición de las máquinas, la lógica de la sociedad agraria se resistió a ser desplazada por la industrialización.

La complejidad del mundo actual no puede encontrar respuestas en el discurso científico moderno. En correspondencia, el modelo gerencial moderno tampoco podrá ofrecer respuestas a la complejidad en el ámbito de los negocios. Esto nos conduce a la necesidad de trasgresión, la cual significaría el abandono de prácticas empresariales, en detrimento de la comodidad que ofrece manejarse en escenarios conocidos y de la confianza que proporciona el éxito obtenido; y está íntimamente ligada a la capacidad de innovación y a la capacidad de abandonar pensamientos y acciones que han dado frutos en el marco lógico moderno, o a lo que Drucker (ob. cit.) refiere como “la conversión de una organización basada en el poder, en una organización basada en la responsabilidad”, acotando que ésta representa “la única solución que está de acuerdo con la organización del conocimiento” (pág. 117)

Al reconocer el entorno complejo como el motivador de la trasgresión, y al considerar que la idea y magnitud de la complejidad depende de la óptica del observador, ¿cuál es el razonamiento ético que sustenta la necesidad de trasgresión?

La trasgresión no puede ser considerada como meta organizacional, o como prescripción que pudiera surgir de la nueva ciencia administrativa, sino más bien, como un hecho existencial que reside en las creencias más profundas del ser; y que como tal, está más asociado con la virtud que con la utilidad del comportamiento o el compromiso que pueda adquirirse. En consecuencia y en el plano ético, la necesidad de trasgresión no debiera estar sustentada en el utilitarismo, puesto que supondría, incluso, el debilitamiento de las convicciones sobre el modo de asegurar el rendimiento económico, visto éste como la primera responsabilidad de la empresa. Sin embargo, la misma naturaleza de la trasgresión trasciende los propios límites morales hasta sumergirse en la visión prospectiva del futuro lógico que se desea alcanzar. No habría razón para transgredir, mientras no se visualice el beneficio que supondría el quebrantamiento de determinados patrones de comportamiento. Desde esta perspectiva, la ética de la virtud (Aristotélica) cede el paso a las más racionales formas de utilitarismo. No estaríamos hablando de la ética como valor humano, sino como valor económico, instrumento de negocios; o como mencionó Mejías (1992) “de mera conveniencia” (p. 204)

La necesidad de trasgresión surge como imperativo moral y al mismo tiempo, como estrategia de permanencia empresarial, por lo que no está suficientemente representada en los reduccionismos que tratan a la ética de negocios como una deducción de la teoría ética clásica; y mucho menos, cuando simplemente se le considera como una variable de la actividad gerencial y de la práctica de negocios; pero deja espacio para visualizar las diferentes motivaciones que acompañan la adopción de cualquiera de las dos interpretaciones del comportamiento ético.

Argumentar la adopción de comportamientos éticos en la empresa desde la perspectiva instrumental, perdería sentido en un escenario de transición, puesto que la ética que lo fundamenta no estaría sustentada en la libertad y autonomía del ser humano para decidir conforme a sus propias convicciones. Tal como menciona Mejías, (ob. cit) la empresa es una comunidad de personas cuya actividad “es reconocida por su autonomía y creciente complejidad… requiriéndose un compromiso con la verdad y la libertad”. Más adelante agrega, “la libertad humana es un concepto ético y por consiguiente se ejerce y se afirma en el campo de los valores” (Pag. 202-205)

Esta libertad humana de la que nos habla Mejías, hace suponer que la capacidad de trasgresión, más que depender del reconocimiento del deber, la necesidad, la utilidad o la oportunidad, obedece a la capacidad de auto-regular la conducta mediante el establecimiento de los propios límites de la trasgresión, es decir; ¿qué se va a transgredir, hasta que punto, cómo y en qué momento se iniciará la trasgresión? y en este contexto, ya estaríamos hablando de la ética de la responsabilidad.

No habría otro fundamento que el de la responsabilidad individual para potenciar la capacidad de trasgresión. De aquí que el primer problema de la transición se presenta tras reconocer la debilidad para gestionar nuestros límites y asumir públicamente la responsabilidad por las decisiones adoptadas y los resultados obtenidos.