Gerencia avanzada: una cuestión de integridad


Así como las decisiones constituyen suprema expresión de inteligencia, la integridad se erige como la máxima representación de la condición humana, siendo fiel a los principios racionales, emocionales e intuitivos en los que se sustentan las acciones cotidianas.

Hablar de integridad es hablar de discernimiento acerca de las diferencias entre lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo perverso, lo pertinente y lo inútil; pero también es hablar de la voluntad para actuar conforme a lo que se haya determinado como lo correcto, lo justo y lo pertinente, revelando al mismo tiempo la disposición personal para reconocer las propias verdades y proclamarlas con transparencia y sin temor al traducirlas en decisiones y realidades.

La integridad demanda energía para transformar el pensamiento en acción, asimilar el error y recuperar la confianza; implica también la posesión del genuino talante para retar a las convicciones apartándose de lo establecido, enfrentar la incertidumbre, superar la condición de víctima y soslayar los sentimientos de culpa, dolor, rencor, venganza y envidia.

La integridad se yergue como el motor mediante el cual y de forma deliberada se avanza hacia lo desconocido huyendo de tradiciones deslegitimadas y carentes de significado. Dentro de ese espíritu, la gerencia se traduce en conjugar las competencias requeridas para el desempeño profesional, con las capacidades para comprender desde la perspectiva del otro y creer en el diferente, repotenciando interacciones y acuerdos sustentados en valores emergentes, influyentes y revitalizadores del conjunto social.

No existe justificación alguna para otorgarle un nuevo sentido a la gerencia mientras ésta no descanse en la integridad personal de quien la ejerza. Es éste el desafío que enfrentan las organizaciones porque ya es tiempo de iniciar el peregrinaje hacia lo desconocido, que no por desconocerlo deja de ser apetecible.

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