Gerencia avanzada: una cuestión de integridad


Así como las decisiones constituyen suprema expresión de inteligencia, la integridad se erige como la máxima representación de la condición humana, siendo fiel a los principios racionales, emocionales e intuitivos en los que se sustentan las acciones cotidianas.

Hablar de integridad es hablar de discernimiento acerca de las diferencias entre lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo perverso, lo pertinente y lo inútil; pero también es hablar de la voluntad para actuar conforme a lo que se haya determinado como lo correcto, lo justo y lo pertinente, revelando al mismo tiempo la disposición personal para reconocer las propias verdades y proclamarlas con transparencia y sin temor al traducirlas en decisiones y realidades.

La integridad demanda energía para transformar el pensamiento en acción, asimilar el error y recuperar la confianza; implica también la posesión del genuino talante para retar a las convicciones apartándose de lo establecido, enfrentar la incertidumbre, superar la condición de víctima y soslayar los sentimientos de culpa, dolor, rencor, venganza y envidia.

La integridad se yergue como el motor mediante el cual y de forma deliberada se avanza hacia lo desconocido huyendo de tradiciones deslegitimadas y carentes de significado. Dentro de ese espíritu, la gerencia se traduce en conjugar las competencias requeridas para el desempeño profesional, con las capacidades para comprender desde la perspectiva del otro y creer en el diferente, repotenciando interacciones y acuerdos sustentados en valores emergentes, influyentes y revitalizadores del conjunto social.

No existe justificación alguna para otorgarle un nuevo sentido a la gerencia mientras ésta no descanse en la integridad personal de quien la ejerza. Es éste el desafío que enfrentan las organizaciones porque ya es tiempo de iniciar el peregrinaje hacia lo desconocido, que no por desconocerlo deja de ser apetecible.

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En las organizaciones, el conocimiento siempre ha estado enfocado a evitar la incertidumbre, a la búsqueda de la utilidad (eficacia) y al mejor aprovechamiento de los recursos y capacidades con las que cuenta la organización (eficiencia), lo cual ha desembocado en el desarrollo de una cognición procedimental muy asociada a la racionalidad normativa, y consecuentemente al énfasis en los obstáculos y las limitaciones, a la adopción de actitudes cerradas y sesgadas por parte de los entes directivos, y a la resolución de problemas como el eje central de la acción gerencial, todo lo cual bloquea la capacidad para generar alternativas novedosas de mejoramiento y de aprendizaje profundo, abriéndose las puertas a las desavenencias y a los estremecimientos emocionales que conducen a la frustración y al resentimiento hacia los demás.
La separación entre conocimiento y afectividad en los espacios organizacionales, es un factor desencadenante de los sentimientos de exclusión, sobreviniendo con ello los fanatismos, radicalismos, insensibilidades e intolerancias que lejos de ayudar a la consolidación de un tejido social armónico, conlleva a la profundización del repliegue monológico y a la progresiva ruptura de las relaciones interpersonales que, en definitiva, son las únicas a través de las cuales se puede promover la convivencia y el entendimiento.
Las referencias teóricas al binomio conocimiento/afectividad han tenido una larga tradición en las corrientes filosóficas, económicas y sociales, siendo hecho públicas por autores como Bilbeny, cuando afirma que la emoción nos sostiene, porque hay algo emocional en todo intento de ser racional”; o por Velásquez Coccia, al señalar que “la emoción tiene que integrarse al modelo de la racionalidad para que sea posible acercarse con justeza al comportamiento racional”, pero en todo caso y centrándonos en la teoría administrativa clásica, el enfoque de la elección racional no sólo deja de incorporar la influencia de las emociones en los procesos de toma de decisiones, sino que además resalta la necesaria ausencia de correlación entre los afectos (enfocados a las personas) y las preocupaciones por la eficacia en el logro de los fines y la eficiencia en el uso de los medios, con lo cual se asoma una vía de aproximación para comprender las razones de una realidad organizacional marchita, profundamente deshumanizada, moralmente empobrecida y tristemente venerada por quienes ostentan el poder de elección.
Las emociones se constituyen en el catalizador del respeto a la diversidad e integrador de las diferencias; de no ser tomadas en cuenta, los individuos no podrán encontrar algún punto de apoyo en el que puedan sustentar su comportamiento con base en criterios éticos aceptados y compartidos, por lo que la interrogante que deviene de esta afirmación es cómo construir ese punto de apoyo.
Tal como lo ha señalado Víctor Guédez, en los tiempos actuales se impone aceptar que no habrá reconciliación y paz sin modelos participativos e incluyentes, y a la inversa tampoco podrán existir modelos participativos e incluyentes sin reconciliación y paz. Es en medio de esta relación en la que deben operar los esfuerzos gerenciales para reducir la percepción de sometimiento mediante la integración de los elementos conductuales y afectivos, de forma tal que los intereses individuales (personales y laborales) puedan conjugarse con los intereses organizacionales en cuanto a eficacia, eficiencia y efectividad, siempre desde el respeto a la singularidad propia de los sujetos organizados.
La conjugación de los componentes cognitivos, afectivos y emocionales en las organizaciones, se traduce en la consolidación de un capital social promovido a partir de una cultura de confianza, entendimiento y convivencia, lo cual implicaría aceptar que dichos espacios no existe algo que pueda ser considerado como definitivo o inamovible, y mucho menos cuando tales referencias son formuladas desde una perspectiva moral.
De lo anterior no sólo salta a la vista la importancia de integrar los aspectos conductuales y afectivos para permitir que los intereses individuales puedan convivir y ajustarse con los intereses organizacionales, sino también que la racionalidad estratégica, es decir los esfuerzos reflexivos y deliberativos enfocados a la obtención de resultados deseados, implica considerar las diversas posturas, perspectivas, valoraciones, emociones y conductas mediante las que se posibilitará la emergencia de un estilo de pensamiento gerencial representativo de la legitimidad de las diferencias cognitivas y morales, la participación en condiciones de igualdad, el compromiso hacia el bien común y la genuina disposición de coadyuvar al fortalecimiento de la dignidad humana.
La gestión de la diversidad humana en la organización procura transformar al ser humano modificando su proyección histórica, conduciéndolo a la creación de un nuevo marco cotidiano de la acción basado en la auto-conciencia de la libertad plena, apartándolo de una realidad que lo hace proclive a la sumisión, a la docilidad y a la descapitalización de su individualidad dentro del engranaje social, con lo cual se impone, por una parte, admitir la existencia de una realidad problemática que se desea superar y para la cual, las teorías clásicas de la administración no son capaces de ofrecer respuestas que integren los formalismos del enfoque utilitarista con las perspectivas teóricas que reconocen y defienden la identidad del sujeto, la diversidad dentro de la unidad y la disidencia como mecanismo de autoafirmación moral; en segundo lugar, se requiere la construcción de una red de garantías institucionales que permitan a los individuos manifestar activamente su voluntad de vivir de acuerdo a sus propias singularidades, sin menoscabo del componente instrumental del trabajo que, en definitiva, constituye la razón de su permanencia y aceptación en las organizaciones.
Así, la acción directiva debe ser considerada como un ejercicio de ética aplicada a las relaciones interpersonales, vehiculizado mediante el diálogo entre sujetos portadores de diversas concepciones valorativas, enfoques, intereses y perspectivas; diálogo que solo podrá ser fructífero si se obra en el terreno común de la esperanza, de la justicia y de la solidaridad.

Conocimiento e intención: el desorden moral de la gerencia

Cualquier decisión está revestida de intencionalidad, consecuentemente también está revestida de conocimiento, pero si tomamos como punto de partida la línea de pensamiento del profesor Antonio Berthier, debe considerarse que el conocimiento es toda construcción conceptual tendente a organizar y dirigir cualquier experiencia de vida, sin poder pretenderse su separación de las condiciones en las que se produce, sean éstas lógicas, biológicas, psicológicas, lingüísticas o sociales. De ahí que la intención se enmarca en el ejercicio de la razón práctica, por lo que su análisis adquiere especial relevancia para la reflexión ética.

Puesto que la decisión sobre el fin último se imbrica con la elección de las acciones necesarias para alcanzarlo, la intención, vista como producto de la reflexión y activador de la realidad, adquiere entonces un carácter doblemente normativo para el individuo dispuesto a decidir. Así, la intención en cuanto a los fines discurre de forma paralela con la intención respecto a los medios, no habiendo posibilidad de desagregarlas. De ese modo y dejando de lado el escrutinio sobre las consecuencias de la acción, la legitimación de las intenciones solamente será posible en la conciencia colectiva a través de la justificación, la cual también constituye un fenómeno moral, puesto que su esencia obliga a considerar los intereses y las intenciones de los afectados.

La fuerza del conocimiento reside en su potencial para construir una realidad, con lo que pudiera asumirse que la legitimidad del conocimiento sólo podrá ser obtenida mediante la legitimidad de las intenciones (en cuanto al fin y en cuanto a las acciones necesarias para alcanzarlo) a través de las decisiones sobre lo que debe mantenerse, adaptarse o transformarse para coadyuvar a una vida mejor, siendo éste el modo apropiado para que el individuo pueda honrar su responsabilidad en la revitalización de la sociedad en la que está inmerso y de la que forma parte; revitalización que sólo adquiere sentido práctico mediante la potenciación de la solidaridad, no en cuanto a la simple tolerancia o mediante muestras de aflicción por el dolor ajeno, sino como genuina adhesión a los intereses colectivos y como bisagra entre el egoísmo y el altruismo, capaces de generar y activar soluciones a los grandes problemas socio-contextuales que actualmente se padecen.

A la luz de las ideas anteriores, quienes aun sin proponérselo quizás hayan expresado mejor el significado de la ética en las organizaciones han sido, por una parte, Chun Wei Choo al caracterizar la organización inteligente como aquella que “…persigue sus metas en un ambiente cambiante adaptando su comportamiento de acuerdo al conocimiento que tiene de sí misma y del mundo con el que interactúa…” y por la otra, Peter Senge, quien ofrece una definición de la empresa inteligente como “aquella que está organizada de forma consistente con la naturaleza humana”. Ambas citas invitan a plantear el conocimiento como una expresión cultural que fluye desde las más profundas creencias hasta la materialización de unos resultados; pero también como expresión de la inteligencia humana para alcanzar un ideal (futuro), amoldándose a los cambios del entorno (presente), pero sin perder la perspectiva histórica que emana de la tradición y la memoria colectiva (pasado).

Así, todo ente social inteligente (incluida la organización) parece sincronizar dos grandes ejes alrededor de los cuales gravita su pensamiento y acción: el primer eje conjuga la esperanza con el discernimiento, mientras que el segundo, fusiona el entendimiento con la posibilidad. Estas cuatro variables adquieren sentido práctico a partir del momento en que se logre el equilibrio reflexivo de la mente y cuando deliberadamente se asuma una posición crítica ante la vida, la sociedad, la economía, la política y la tecnología. Es decir, la esperanza en el futuro sólo puede surgir del discernimiento, pero a la vez, el discernimiento se ampara en la idealización del deseo. Por otra parte, materializar cualquier posibilidad requiere del entendimiento de lo justo y de lo necesario, pero dicho entendimiento no puede ser ajeno a las propias posibilidades que residen en el contexto.

La crisis ética que actualmente se evidencia en las organizaciones no es más que una crisis de conocimiento y de inteligencia para actuar de forma consistente con la naturaleza humana. Crisis que se manifiesta mediante la des-esperanza y el des-entendimiento, que anulan la capacidad de discernimiento a favor de lo humano e ignora las posibilidades que excedan lo estrictamente convencional. Pero además, como organización social, la crisis ética de la empresa también engendra una crisis de confianza en el futuro (ante la desesperanza) y también en el presente (ante el desentendimiento); desconfianza que a su vez actúa como catalizador del egoísmo y del individualismo, fuentes éstas de la barbarie, de la antinomia social y del desinterés que anula la conciencia ética.

En fin, es del desorden moral que impregna la mentalidad de las organizaciones tradicionales, del que surgen los vacíos éticos y del que derivan las decisiones basadas en la emotividad disimulada, el placer por lo inmediato, la utilidad como principal valor, la eficacia de los medios, la racionalización de los fines, la acumulación de capital como norte, la indiferencia como rutina, el desinterés por el otro, la incomodidad del diferente, el aborrecimiento del riesgo, la evasión de la responsabilidad, el resguardo del poder y la intolerancia al error. En suma, decisiones basadas en opacos intereses y en intenciones solamente justificables desde la desesperanza y el desentendimiento.


Extracto del libro: “Repensar la organización: gerencia ética y postmodernidad” © 2010 - Eduardo Pateiro Fernández

Coloquio: Gerencia y valores en la sociedad emergente












El pasado viernes 3 de Septiembre, en la sede de la Cámara de Comercio del estado Lara (Barquisimeto) se realizó el coloquio “Gerencia y valores en la sociedad emergente” organizado por el Centro de Investigación y Estudios Gerenciales en el que se debatió y profundizó sobre la interacción entre los individuos y el ambiente organizacional, específicamente desde la perspectiva de la vinculación entre los valores sociales contemporáneos y la dinámica gerencial.

El eje de discusión estuvo representado por la mutua relación entre la sociedad y las ideologías organizacionales, abordando el impacto de la gerencia como ente moldeador de actitudes y comportamientos, pero a la vez reflexionando sobre la influencia de los valores sociales emergentes en la configuración de un nuevo estilo gerencial y organizativo, acorde con la complejidad, ambigüedad e imprecisión que caracteriza el actual entorno organizacional.

Los panelistas Yohander Sánchez, María Isabel Peña de Crespo, Olivia Sosa y Marlenis Castellanos, articularon sus muy interesantes disertaciones con temas como los nuevos retos para la gerencia, la responsabilidad como valor vinculante entre la sociedad y la empresa, los valores transcendentales en las organizaciones inteligentes y la disyuntiva comunicacional en las sociedades emergentes.

Los asistentes demostraron una vez más su altísimo interés por la problemática gerencial y social que hoy se vive, y formularon acertadas reflexiones que invitan al optimismo y a la confianza en las próximas generaciones.

Entre las conclusiones parciales más relevantes, destacan las siguientes:

Me parece que los puntos tratados son los más importantes en la rama de la gerencia, ya que la necesidad actual de la sociedad lo amerita para así lograr romper los paradigmas y poder lograr con unos valores propios y humanos, una gerencia y una planificación eficiente, tal como la realidad lo exige actualmente.

Lo que nuestra sociedad requiere es que dejemos de ser demandantes y seamos ofertantes; también requiere que todos trabajemos en grupo, y lo más importante: que sepamos lo que estamos haciendo; para esto es necesario tener cualidades como lo son: motivación, responsabilidad, humildad y sobre todo solidaridad para el bienestar de la sociedad.
Utilizar nuestro rol, lo que sabemos, nuestra especialidad para aportar ayuda al movimiento en sociedad y llevar en la mente los valores humanos. Como individuos, tenemos este procedimiento en mano, en pocas palabras, somos responsables de lo que acontece a nuestro alrededor.
La comunicación no es lo mismo que hablar por medio de un aparato. Lo ideal es que se interactue sin pensar que se ha perdido la normalidad, pero este mundo es cambiante y ya esto es adaptación.
Trabajar en equipo no es solamente dejarle todo a unos cuantos, sino unirnos en conjunto para lograr los objetivos como tales, ver qué queremos lo que creemos para obtenerlos; para esto, el cambio interno y la seguridad en cada uno es fundamental.
La responsabilidad es una de las principales facetas que se deben tener para manejarnos ante la vida y la sociedad.
En el mundo globalizado y cambiante, se necesita un liderazgo más flexible y ético, con una gerencia del talento humano más participativa, justa, responsable, solidaria, prudente y tolerante.
La gerencia enmarca muchos paradigmas, lo cual contribuye a mejorar las relaciones funcionales e interpersonales en una organización; para ello hay que tener presentes los valores que vinculan a la sociedad con las empresas.
La gerencia actual rompe los paradigmas de la modernidad, fortaleciendo los valores individuales para lograr un cambio que nos vincule con la responsabilidad social que emerge de las necesidades del colectivo y que estaban al margen del ser humano. Ahora se incrementa la solidaridad como bien común, aflorando la creatividad y la tolerancia como valores transformadores de actitudes y aptitudes, direccionados por los medios de comunicación que nos conectan con todos los escenarios del mundo al mismo tiempo.
Los retos que se presentan en esta sociedad emergente, buscan encaminar una filosofía de vida acorde con la responsabilidad que cada individuo tiene con la sociedad en pro del bienestar común, en donde exista una mejora creciente de las conductas ciudadanas encaminadas a crear un ambiente innovador en las organizaciones, en las que reinen valores transcendentales como la justicia, la armonía, la prudencia, la tolerancia y la solidaridad, como conductas que reclaman urgentemente la nueva arquitectura organizacional, ya que ante la gran cantidad de información que nos invade día a día a través de la tecnología, nos lleva a la disyuntiva de que solamente reforzando los valores individuales, podremos tener una comunicación interpersonal de calidad, por cuanto los nuevos lenguajes comunicacionales, como el Internet y los celulares, a pesar de su inmediatez, crea una distancia entre el entorno familiar.
Para cambiar los paradigmas de una organización, ya sea educativa o empresarial, hay que tomar en cuenta la motivación y la flexibilidad, así como también los problemas que emergen en la sociedad; hacer de los problemas un fuerte y atacar las debilidades que se puedan tener sin culpar al recurso humano de cualquier error que se pueda cometer. Hay que aprovechar las nuevas tecnologías para facilitar el trabajo y promover los valores y la cultura en el ámbito social.
Debido a que nuestra sociedad está cambiando de una manera muy rápida, necesitamos encontrar una forma de adecuarnos a esos cambios, mantener nuestros principios y tenerlos siempre presentes, buscar la equidad en la empresa, generar confianza a los empleados pero siempre manteniendo el respeto, ser responsable de lo que se hace e ir más allá (superarse)
Para enfrentar los nuevos retos y disyuntivas tenemos que reforzar los valores adquiridos, rompiendo los paradigmas y adaptándonos al cambio de las organizaciones. Se necesita un liderazgo perseverante, con valores positivos, responsabilidad e integridad ética y moral, respetuoso de los derechos humanos, consciente en la toma de decisiones, coherente con respecto a lo que se piensa y dice, y tolerante en relación a la convivencia.
A medida que los años pasan, la sociedad muestra cambios en sus distintos campos, cambios efectuados por la innovación y aplicación de nuevas ideas que nos afectan, ya sea positiva o negativamente; por eso debemos aplicar nuevas teorías que traigan como resultado el aprovechamiento y explotación de todos sus beneficios, es decir que no debemos quedarnos en las estructuras antiguas para mantener la uniformidad, sino de trazar nuevas metas, nuevas estructuras que vayan paralelamente con la tecnología y la conducta social.

Todos los asistentes recibieron el CD del libro “Repensar la Organización: gerencia, ética y postmodernidad” así como su correspondiente certificado acreditativo de participación, quedando invitados para la próxima cita en la ciudad de San Felipe el viernes 15 de octubre, en la que se debatirán nuevos y relevantes temas.

La información sobre el próximo coloquio está disponible en la página: www.grupocieg.org