Inútiles y perversos

En su libro El Valor de Educar, Fernando Savater hace una afirmación que merece el mayor respeto por parte de quienes de uno u otro modo nos recreamos en el estudio del hombre y la sociedad. Manifiesta este renombrado catedrático de filosofía, que a diferencia del resto de las especies vivientes, el ser humano (de niño) necesita dos gestaciones: la primera, en el vientre materno según determinismos de naturaleza biológica, mientras que la segunda gestación se produce en la matriz social al estar sometido a múltiples y muy variadas determinaciones simbólicas. Quizás no quede margen para la duda sobre la veracidad de esa sentencia, pero la pregunta que surge a la luz de la savateriana interpretación acerca de la extrema inutilidad del ser humano al momento de ver la luz, puede condensarse de la siguiente manera: ¿en qué momento, si es que existe alguno, acaba la segunda gestación?... ¿En qué momento de su vida, el hombre deja de comportarse como inútil?

Puesto que de inutilidad estamos hablando, no deseo expandir argumentos o aclaratorias que pudieran valorarse con tan indeseado calificativo, pero creo que es extremadamente útil reflexionar sobre la inutilidad del hombre. De hecho, estamos rodeados de seres que ostentan la condición de humanos -y peor aun, de humanos ilustrados-, pero que no dejan de ser incompetentes e inservibles; seres defectuosos que emergen de la larga y compleja cadena de producción humana, tan solo genéticamente dotados para resistir el camino de la vida y dejar a su paso las huellas vivas de su capacidad reproductiva, cuales trofeos u homenajes a los placeres terrenales, o como simples comprobantes de haber experimentado la segunda gestación, aunque haya sido de forma parcial.

El hombre inútil no es aquel que vive en la ignorancia (nefasto ingrediente de la miseria); tampoco el que permite que sus días transcurran bajo la opresión de poderes dominantes en los planos económico, social, político o tecnológico, sin capacidad para ejercer su libertad o al abrigo de la tiranía a la que se repliega para así intentar huir de la miseria. Para mí, el hombre inútil es aquel que independientemente de su condición económica o social, es incapaz de contribuir a alcanzar un clima de coexistencia pacífica entre personas provistas de diferentes concepciones morales, intereses e ideologías. Dicho de otro modo, inútil es toda persona que no ayude a la sociedad a crecer, la que no ayude a los hombres a apartarse de la ignorancia y la que evite enfrentarse activamente a las pretensiones hegemónicas de la tiranía.

Visto de esta manera, pareciera que la segunda gestación -la que se produce en la matriz social- adolece de profundas debilidades debido a su incapacidad para que el hombre absorba de ella los elementos culturales (cognitivos y morales) que posibiliten la dotación de ciertas garantías de perfeccionamiento social. A la final, no queda claro si es el hombre al que su vida no le alcanza para llevar a feliz término su proceso de gestación, o si es la sociedad la incapaz de gestar al hombre. Quizás, más que de hombres inútiles debamos hablar mejor de sociedades enfermas, quebrantadas e incluso profanadas; pero en todo caso, los significados que se conjugan en ese continuo y caótico estado de embarazo social, han demostrado sobradas razones para alertar acerca de los peligros que el hombre encierra para sus semejantes y su cultura.

Pero no basta con alertar. No es suficiente la reflexión sobre los argumentos mediante los cuales pudiera cuestionarse la salud moral de una determinada sociedad. Es necesario actuar y para eso es preciso detener la marcha, parar, otear el horizonte y encontrar un nuevo norte, un nuevo sentido de vida que nos permita emprender de nuevo la aventura de sentirnos humanos, de sentirnos realmente útiles para los otros, es decir para todos aquellos a quienes gracias a sus diferentes y en ocasiones radicalmente opuestos estilos de pensamiento y de co-creación, nos permiten apreciar la belleza y el realismo de nuestra propia identidad. De lo contrario, nos expondremos a que las leyes de la naturaleza nos juzguen por nuestra culposa inutilidad materializada en la soberbia y en la sacramentalización del ego, de lo superficial y de lo efímero.

Así las cosas, parece no ser suficientes las dos gestaciones de las que nos habla Savater. Falta una, ya no la del niño o la del hombre, sino la gestación de una nueva sociedad en la matriz de los más profundos ideales de convivencia humana, es decir, en la matriz cultural del propio individuo quien a través de sus creencias, valores, normas, actitudes y comportamientos, pueda llegar a ser capaz de revertir la orientación de la sociedad contemporánea, contribuyendo de ese modo con el enaltecimiento de la humanidad, la derrota de la ignorancia y el entierro de la tiranía. Sólo de este modo, el hombre no sólo dejará de ser inútil; también dejará de ser perverso.