Gerencia: entre la complejidad y la contradicción


En los turbulentos tiempos que nos ha tocado vivir, ciertas cualidades resaltan sobre otras características con las que pudiera pretenderse definir nuestro mundo; cualidades extremas que condicionan el ejercicio de la vida en sí misma y que obligan a adoptar una postura responsable ante los profundos dilemas y contradicciones en las que la sociedad se encuentra atrapada.
Tales cualidades definitorias no son otras que la complejidad, la incertidumbre y la violencia.
Vivimos en un mundo extremadamente complejo, enmarañado y confuso, hasta el punto que cada día se nos hace más difícil encontrar explicaciones lógicas a los problemas que la realidad nos presenta. La linealidad de las relaciones causa-efecto es cada vez más imprecisa; la ansiedad y la inmediatez se han apoderado de la dinámica cotidiana; lo legal no necesariamente encuentra cobijo en lo legítimo; hay un desconcierto mundial sobre los temas de índole económica, política y financiera, y como si no bastase con lo anterior, los valores fundamentales encuentran feroz oposición en nuevos valores emergentes. En extremo, esta complejidad social conduce a peligrosas conductas personalistas desprovistas de sentido social, provocando movimientos pendulares entre la sumisión oportuna y el radicalismo exacerbado; señales inequívocas de la pérdida de fe en los proyectos conjuntos.
La sociedad nunca ha sido educada para tolerar la complejidad. La formación tradicional siempre enfatizó la racionalidad, la lógica de la acción y el razonamiento cartesiano. En la palestra administrativa, el foco de atención estuvo representando por la certidumbre, el control, el orden y la predictibilidad, sin dar cabida a la posibilidad de coexistencia de lógicas incongruentes o contradictorias. Estas condiciones desembocan en la incertidumbre para la cual tampoco existen explicaciones racionales que tiendan a su neutralización. Hoy no sabemos cual parte del conocimiento adquirido sigue siendo útil; tampoco sabemos lo que ocurrirá en el futuro, por lo que no podremos saber que conocimiento será necesario. La incertidumbre sobre lo que ocurrirá, conjuntamente con la complejidad del presente, dificulta la comprensión sobre lo útil, lo necesario, lo justo y lo conveniente, invitando a los individuos a adoptar posturas victimistas más que comportamientos responsables. Del mismo modo como la sociedad no ha sido educada para tolerar la complejidad, tampoco ha sido educada para tolerar la incertidumbre.
El desgarrador aglutinante de la complejidad y la incertidumbre está representado por las distintas manifestaciones de violencia, desde sus formas más sutiles, como la violencia estructural y cultural, hasta las más notorias, como los intentos de destrucción física y moral de quienes se oponen a nuestras convicciones e intereses. Asistimos hoy a un mundo lleno de intimidaciones, confrontaciones culturales e ideológicas que no escapan a la dinámica organizacional. La agresividad ha llegado a convertirse en mecanismo de supervivencia, produciéndose con ella un repliegue personalista que al ser ajeno a las diferencias induce al maltrato y a la exclusión. Los sistemas de recompensas y castigos son buena muestra de ello, los manuales de normas y procedimientos están repletos de manifestaciones violentas bajo la figura de “prohibiciones”. Las imágenes del poder (tradicionalmente entendido) y la burocracia se han convertido en correas de transmisión de una violencia cómplice con los intereses propios, pero ajenos a la tolerancia, la comprensión y la justicia. En fin, la violencia quizás sea el adjetivo que mejor defina a la sociedad en su tumultuoso intento de progresar hacia lo desconocido.
Estas cualidades también son representativas de lo que ocurre en el ambiente gerencial; un ambiente que desde hace más de cien años no ha sufrido transformaciones significativas en sus líneas de pensamiento y acción, puesto que la productividad, la rentabilidad, la eficiencia, la eficacia, la efectividad y demás indicadores cuantitativos de desempeño, mantienen secuestradas otras dimensiones del comportamiento humano que no han sido reconocidas como catalizadores del éxito. De este modo nos encontramos ante una forma de gerenciar que no sólo ha perdido legitimidad social, sino que al mismo tiempo constituye una camisa de fuerza para la innovación y el logro de los más altos objetivos empresariales.
En la actualidad, la gerencia está generalmente enfocada a sobrevivir en un ambiente complejo, incierto y violento, configurando una entidad fría, calculadora y manipuladora, pero sobre todo, precaria en contenido humano e identidad. La gerencia ha sido alineada bajo una lógica escasamente dispuesta para servir de apoyo a la sociedad. Tradicionalmente el mercado ha estado separado de lo social, los trabajadores también han sido sustraídos de sus espacios relacionales, esa era la lógica dominante en los dorados tiempos de Taylor y Fayol, pero lastimosamente sigue siendo esa lógica la que aun está dominando el espectro de las organizaciones y sus gerentes.
En términos generales, la gerencia empresarial y la sociedad han venido transitando por distintos caminos, con muy escasa coherencia salvo la necesaria para no sucumbir ante las presiones del mercado; aun así y mientras los gerentes luchan ante las turbulencias cotidianas, a la empresa se le pide mayor implicación en los asuntos sociales y a contribuir con la consecución de los grandes objetivos del milenio. En fin, en pleno siglo XXI la gerencia pudiera ser conceptualizada como el penoso arte de manejar incongruencias y contradicciones.