Postmodernidad: diálogo y significado

No es casual el amplio debate que se está planteando sobre la existencia y significado de la postmodernidad. Mientras filósofos de la talla de Habermas plantean que el proyecto de la modernidad se encuentra inconcluso, Lyotard -y más recientemente Brown, Vattimo y Gustavsson- han argumentado sobradas razones para declarar acabada la era moderna; pero al margen de esta discusión, y dejando de lado la pertinencia de los términos utilizados para razonar sobre la complejidad ontológica en la que nos encontramos sumidos, hay un total reconocimiento de que la actual percepción del mundo difiere significativamente de la que se tenía hace un par de décadas.


No existe una concepción única sobre la “postmodernidad”, hasta el punto que ni siquiera se ha aceptado universalmente su existencia. Hasta ahora lo que se ha venido forjando es una aproximación al entendimiento de una realidad y a su manejo, intentando su teorización a la luz de unas premisas caracterizadas como insostenibles por quienes defienden la condición postmoderna. Así como la postmodernidad se ha dibujado con trazos que evocan la idea de continuidad, (post = después de) también ha sido concebida con rasgos que despiertan la necesidad de ruptura histórica.

Según David Lyon, la modernidad llega a su final cuando ya no es posible considerar la trayectoria unilineal de la historia. Así, la postmodernidad es una consecuencia de la modernidad y como tal, una expresión de rebelión cultural contra lo conocido y lo establecido. Es el telón de fondo de un escenario al que se debe acceder para encontrar las respuestas y justificaciones sobre los males y peligros que acechan la humanidad.

Por su parte, Guillermo Fouce ofrece una visión de la postmodernidad como una construcción hecha a partir de un doble rechazo a la modernidad, tanto desde la perspectiva filosófica de la ciencia, como desde el enfoque sociológico, por lo que solamente puede ser entendida a partir de la comprensión de los fundamentos de orden científico y social que surgieron tras la aparición del pensamiento ilustrado, los cuales están siendo deslegitimados por nuevas estructuras de tiempo y espacio, no tanto por el desarrollo global de las tecnologías de información y de las comunicaciones, sino más bien por la incapacidad de éstas para integrar sus efectos en el espacio socio-cultural contemporáneo.

Así tenemos que el hilo conductor de la modernidad ha sido señalado como “la autoafirmación del hombre, la conquista de una autonomía noética y práctica” (Blumenberg), apuntalada en la idea de progreso como proceso consciente de construcción de un mundo mejorable que puede ser aprovechado en su propio beneficio. En contraste, el hilo conductor de la postmodernidad se identifica como el del “autonomismo radical (…) que absolutiza las «diferencias», diluye todos los valores y legitima todos los permisivismos” (José Galat)

Cuando se interpretan ambas líneas de pensamiento, fácilmente se advierte que los espacios de reflexión se centran en una idea común. Tanto la «autoafirmación del hombre» en la modernidad, como el «autonomismo radical» en la postmodernidad, evocan la idea de libertad, de voluntad, de autonomía, de determinación y de preeminencia del ser sobre el constructo social, induciendo la idea del subjetivismo y con ella, la de la inseparable racionalidad; pero tal como lo destacó Miguel Martínez “el problema que trata la postmodernidad es a la vez cognitivo, ético, estético y político”. Entonces, ¿dónde se evidencia el salto epistemológico de la postmodernidad?

Al margen de los excesos teóricos que parecen darse entre opositores y defensores de la postmodernidad, la vigencia racional del hombre queda fuera de cualquier discusión y en consecuencia, el imperio de la “razón” seguirá señalando su modo de actuación. Sin embargo, en el pensamiento postmoderno la razón deja de existir como fundamento mientras se desconozca la complejidad, la ambigüedad de las relaciones espacio-temporales, la contradicción, la realidad dialógica y la verdad subjetiva.

De ese modo, aunque el pensamiento postmoderno se distancie de la razón técnico-científica como creadora del conocimiento y de la verdad; éste no deja al hombre sin su capacidad de razonar, no le arrebata su cultura, ni secuestra su verdad. Tampoco relativiza su existencia. Al contrario, tal como se infiere del pensamiento de Gianni Vattimo, en la postmodernidad el hombre encuentra su libertad justamente en la desorientación que le produce el desaprendizaje de creencias, conminándole a buscar nuevas formas y diálogos que le den significado a su existencia, a reencontrarse con los valores universales; y a refugiarse en el lenguaje como instrumento de comunicación; pero también, como una herramienta para la comprensión y la construcción de una realidad que deja de ser fragmentada, y como un medio para la superación de los graves desequilibrios morales que actualmente se evidencian.