Creatividad: ingrediente básico del liderazgo


Quizás pienses que la creatividad solamente está reservada para algunas mentes privilegiadas, pero ten en cuenta que así como un pintor sin ideas podrá estar horas frente a un lienzo sin saber qué pintar, las personas normales y corrientes también nos paralizamos cuando no sabemos qué hacer, o cuando no somos capaces de encontrar respuestas a los problemas que nos atañen. Sin importar tu estilo de vida o las actividades a las que te dedicas, siempre necesitarás tener ideas brillantes. 

La posibilidad de mantener una actitud positiva ante las difíciles y complejas circunstancias que nos rodean, está relacionada precisamente con la habilidad para concebir respuestas novedosas y ponerlas luego en práctica. Mientras no seamos creativos, nuestra mente dará vueltas una y otra vez sobre las mismas ideas, sin que podamos escapar de las circunstancias que centran nuestra atención. 

Recuerda siempre que la creatividad, más que una cuestión de talento, lo es de actitud, y como verdadero líder, auténtico y genuino, necesitas aprender a ser creativo porque es lo que te hará diferente. Solo con creatividad tendrás nuevas ideas que podrás ofrecer al mundo, pero también a tu familia, a tu entorno y a ti mismo. 

Si quieres participar en el próximo coloquio on line "Creatividad para el Liderazgo" te invito a que me escribas a la dirección de correo electrónico: epateiro@grupocieg.org indicando tus datos y país de residencia.


Innovación en gestión


Resumen de la conferencia dictada en la ciudad de Bogotá, durante el 4º Congreso Internacional de Educación y Gerencia Avanzada.
Hablar de innovación es hablar de insatisfacción con lo que somos y con lo que hacemos; es obrar desde el convencimiento de que no podemos seguir transitando por el camino que hemos elegido, o que -al menos- debemos alterar el modo en el que transitamos dicho camino. 

Hablar de innovación también es resaltar la humildad para reconocer que no todo lo que hacemos está bien hecho, o que pudiéramos hacerlo mejor; humildad para aceptar que buena parte de nuestro conocimiento ha dejado de ser útil porque ya ha perdido su significado originario, y esto nos conduce a afirmar que hablar de innovación es hablar de ruptura con esa tradición histórica de la que paradójicamente nos nutrimos cada día.

Innovar es sinónimo de fortaleza, de esperanza, de capacidad de cambio. Innovar es un acto de fe, pero también es demostración de irreverencia con lo establecido y lo aceptado. Si al concepto de innovación le añadimos el término “gestión” para hablar así de “innovación en gestión”, nos estaremos refiriendo a lo más sublime de la naturaleza humana: la capacidad para tomar decisiones, conectándonos emocionalmente para alterar nuestro ritmo de vida y para modificar no sólo las formas, sino también el sentido de nuestra existencia. 

En esa conferencia, la idea central que se transmite es que la verdadera innovación va mucho más allá de cualquier intento de adaptación; no obedece a intereses dramatúrgicos y mucho menos a preceptos normativos que han quedado atrapados en el férreo molde de los convencionalismos; al contrario, la innovación debe ser alentada y asumida desde la libertad, con valentía y sin miedo, porque es de naturaleza hermenéutica, nace en la inestabilidad, se nutre del desorden y es el pilar fundamental del desarrollo humano, el cual es esencialmente imprevisible y caótico.


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Emprendimiento: conceptos y elementos claves


El emprendedor, no sólo tiene una idea que desea materializar, sino que también arriesga sus recursos y su prestigio

El concepto de emprendedor está algo desvirtuado ante la frecuencia en la que es utilizado. Es importante rescatar el concepto tradicional en cuanto a que el emprendedor es la persona capaz de percibir una oportunidad de producción o de servicio, y ante ella decide la búsqueda y asignación de recursos naturales, financieros, tecnológicos y humanos, necesarios para poner en marcha el negocio. Todo emprendedor debe invertir tiempo, dinero y conocimientos, y no solo arriesga los recursos asignados, sino también su prestigio en función de lograr recompensas personales y económicas.

Este concepto incorpora cinco elementos claves: 1) el emprendedor debe identificar nuevas oportunidades para crear nuevas empresas; 2) debe realizar innovaciones, sin limitarse a copiar lo ya existente; 3) obtener los recursos, no solamente económicos, sino además aquellos que le permitirán la puesta en marcha y operación del negocio; 4) aceptar que la creación de una nueva empresa siempre estará asociada con los riesgos que deberá asumir; y 5) aunque resulte obvio este último elemento, se trata de ejecutar el plan de negocios, es decir que nada se quede a nivel de las ideas y las buenas intenciones, sino que sea capaz de crear la empresa.


De esta manera se resalta que el acto de emprender debe ser entendido como una conducta intencionada y planificada en la que intervienen factores individuales, interpersonales y sociales, por lo que siempre debemos tener en cuenta que las actitudes son tan importantes como el conocimiento, la experiencia, el buen juicio y los recursos tangibles con los que se cuente.

Complejidad e insatisfacción laboral


La complejidad de las relaciones en el trabajo junto con las situaciones de insatisfacción laboral, son factores de riesgos psicosociales que solamente pueden abordarse desde una perspectiva que enfatice el desarrollo de las competencias y habilidades individuales.

La manera cómo funciona la organización, el estilo de gestión, el conjunto de tareas encomendadas o las presiones para asumir ciertas responsabilidades, son áreas de altísimo interés para prevenir el malestar laboral y reducir su impacto en la salud personal y la cultura organizacional.

Para innovar hay que aprender a gestionar la diversidad

La manera de gestionar las organizaciones de hoy no es la misma que la de hace cinco años. Los significativos cambios sociales y la incorporación de la mujer al mercado de trabajo (por ejemplo) son hechos relevantes que potencian la diversidad y, en consecuencia, la capacidad de innovación. La innovación está íntimamente relacionada con la diversidad, pues si todas las personas que integran un equipo tienen la misma formación, los mismos intereses, piensan de manera similar, o simplemente no perciben los cambios en sus contextos inmediatos, tampoco existirán motivaciones, ideas o propuestas que inviten a dejar de lado la forma como hasta ahora se han venido desarrollando los procesos organizacionales.
Antes de pretender innovar, debemos aprender a gestionar la diversidad.

Complejidad y gestión social


En todas las vertientes de la sociedad se están produciendo procesos de innovación relacionados principalmente con los avances de la tecnología, pero también con el desarrollo económico, la organización social, el estilo de vida y las relaciones con el medio ambiente. Estos procesos de innovación van calando progresivamente en los individuos hasta el punto que han logrado modificar sus códigos culturales, fomentando a su vez una dinámica de cambio social que debe ser adecuadamente gestionada. 

Frente a una cultura de competencia interna, individualismo y afán de preponderar, las organizaciones comienzan a ser conscientes de que su principal objetivo y responsabilidad consiste en la innovación dentro de la sociedad. En este sentido, la gestión debe ser vista como un esfuerzo de innovación en su sentido más amplio, es decir: “la innovación de las personas para las personas” liderada por personas libres de prejuicios, capaces de desmarcarse de los principios vigentes y pensar, desde la misma realidad, con actitudes inconformistas y radicalmente diferentes.
Obviamente, cualquier aproximación teórica a la gestión, nos remite al concepto de cultura y a su determinante impacto en las posibilidades de innovación, pero en todo caso, e independientemente de la perspectiva desde la que se aborde dicho concepto, deberá entenderse que la cultura no es tan sólo un conjunto de reglas surgidas y mucho menos impuestas, sino que debiera representar la lógica interna de las acciones libres de cuyo seno emerge la vitalidad de cualquier organización, siendo precisamente de esa vitalidad de la que depende, en buena parte,  su capacidad para hacerse cargo de la complejidad de su entorno, y su destreza para la comunicación con otras instancias sociales.
Para diseñar cualquier mapa de la gestión social, deben incorporarse dos elementos que se hayan implícitos en la identidad cultural de las organizaciones: el primero, el reconocimiento de que la gestión social se inicia en el propio seno de la organización; y el segundo, que su trazado implica adoptar un carácter dialógico, consustanciado con las creencias y valores dominantes en los distintos sectores a las que se dirijan los esfuerzos de innovación y cambio.
En cuanto al primer elemento, pensar en términos de gestión social requiere un esfuerzo previo de moralización en el ambiente interno, y tal esfuerzo no se circunscribe a la reglamentación burocrática de toda la organización, sino al diseño de una estructura cultural con la que se incremente su capacidad para hacerse cargo de su propia complejidad.
En lo referente al segundo elemento, diseñar el mapa de la responsabilidad social implica superar la confusión moral que se deriva del rasgo pluralista de las sociedades contemporáneas y la consiguiente exposición a múltiples interacciones culturales que pudieran estar debilitando las bases morales de los negocios y de la sociedad. Considerando que la vinculación de las organizaciones con el desarrollo social está fuera de cualquier controversia, la superación de estos obstáculos en un mundo cada día más interdependiente, se traduce en un enorme desafío.
Ambos enfoques obligan a superar el paradigma de la linealidad para adoptar la complejidad como el escenario  natural en el que podrán conciliarse las características propias de las organizaciones y de los demás actores sociales, en un marco de actuación dominado por la libertad y responsabilidad, que sea capaz de armonizar lo económico con lo social; en otras palabras, que sea capaz de superar el estancamiento organizativo centrado en la eficiencia, para poner el conocimiento al servicio de la diversidad humana.
En las organizaciones, el conocimiento siempre ha estado enfocado a evitar la incertidumbre, a la búsqueda de la utilidad (eficacia) y al mejor aprovechamiento de los recursos y capacidades con las que cuenta la organización (eficiencia), lo cual ha desembocado en el desarrollo de una cognición procedimental muy asociada a la racionalidad normativa, y consecuentemente al énfasis en los obstáculos y las limitaciones, a la adopción de actitudes cerradas y sesgadas por parte de los entes directivos, y a la resolución de problemas como el eje central de la acción gerencial, todo lo cual bloquea la capacidad para generar alternativas novedosas de mejoramiento y de aprendizaje profundo, abriéndose las puertas a las desavenencias y a los estremecimientos emocionales que conducen a la frustración y al resentimiento hacia los demás.
La separación entre conocimiento y afectividad en los espacios organizacionales, es un factor desencadenante de los sentimientos de exclusión, sobreviniendo con ello los fanatismos, radicalismos, insensibilidades e intolerancias que lejos de ayudar a la consolidación de un tejido social armónico, conlleva a la progresiva ruptura de las relaciones interpersonales que, en definitiva, son las únicas a través de las cuales se puede promover la convivencia y el entendimiento.
Las referencias teóricas al binomio conocimiento/afectividad han tenido una larga tradición en las corrientes filosóficas, económicas y sociales, siendo hecho públicas por autores como Bilbeny, cuando afirma que “la emoción nos sostiene, porque hay algo emocional en todo intento de ser racional”; o por Velásquez Coccia, al señalar que “la emoción tiene que integrarse al modelo de la racionalidad para que sea posible acercarse con justeza al comportamiento racional”, pero en todo caso y centrándonos en la teoría administrativa clásica, el enfoque de la elección racional no sólo deja de incorporar la influencia de las emociones en los procesos de toma de decisiones, sino que además resalta la necesaria ausencia de correlación entre los afectos (enfocados a las personas) y las preocupaciones por la eficacia en el logro de los fines y la eficiencia en el uso de los medios, con lo cual se asoma una vía de aproximación para comprender las razones de una realidad organizacional marchita, profundamente deshumanizada, moralmente empobrecida y tristemente venerada por quienes ostentan el poder de elección.
Las emociones se constituyen en el catalizador del respeto a la diversidad e integrador de las diferencias; de no ser tomadas en cuenta, los individuos no podrán encontrar algún punto de apoyo en el que puedan sustentar su comportamiento con base en criterios éticos aceptados y compartidos, por lo que la interrogante que deviene de esta afirmación es cómo construir ese punto de apoyo a partir del cual se inicie una auténtica gestión social.
Tal como lo ha señalado Víctor Guédez, en los tiempos actuales se impone aceptar que no habrá reconciliación y paz sin modelos participativos e incluyentes; y a la inversa, tampoco podrán existir modelos participativos e incluyentes sin reconciliación y paz. Es en medio de esta relación en la que deben operar los esfuerzos gerenciales para reducir la percepción de sometimiento mediante la integración de los elementos conductuales y afectivos, de forma tal que los intereses individuales (personales y laborales) puedan conjugarse con los intereses organizacionales en cuanto a eficacia, eficiencia y efectividad, siempre desde el respeto a la singularidad propia de los sujetos organizados, y a la dinámica cultura de los colectivos sociales
La conjugación de los componentes cognitivos, afectivos y emocionales en las organizaciones, se traduce en la consolidación de un capital social promovido a partir de una cultura de confianza, entendimiento y convivencia, lo cual implicaría aceptar que en dichos espacios no existe algo que pueda ser considerado como definitivo o inamovible, y mucho menos cuando tales referencias son formuladas desde una perspectiva moral.
De lo anterior no sólo salta a la vista la importancia de integrar los aspectos conductuales y afectivos para permitir que los intereses individuales puedan convivir y ajustarse con los intereses organizacionales y sociales, sino también que la racionalidad estratégica, es decir los esfuerzos reflexivos y deliberativos enfocados a la obtención de resultados deseados, implica considerar las diversas posturas, perspectivas, valoraciones, emociones y conductas mediante las que se posibilitará la emergencia de un estilo de pensamiento gerencial representativo de la legitimidad de las diferencias cognitivas y morales, la participación en condiciones de igualdad, el compromiso hacia el bien común y la genuina disposición de coadyuvar al fortalecimiento de la dignidad humana.
La gestión social se traduce entonces en la gestión de la diversidad humana, y desde este enfoque, la acción directiva debe ser considerada como un ejercicio de ética aplicada a las relaciones interpersonales, vehiculizado mediante el diálogo entre sujetos portadores de diversas concepciones valorativas, enfoques, intereses y perspectivas; diálogo que solo podrá ser fructífero si se obra en el terreno común de la esperanza, de la justicia y de la solidaridad.


Ponencia: Gerencia postconvencional y pluralismo moral en las organizaciones



El próximo mes de Mayo, en la ciudad de Mérida (Venezuela) tendrá lugar el Congreso Internacional de Gerencia Estratégica y Dinámica Empresarial, organizado por la Fundación Instituto Escolástico Alejandría Master. En ese evento, el Centro de Investigación y Estudios Gerenciales (CIEG) presentará la ponencia titulada: “Gerencia postconvencional y pluralismo moral en las organizaciones” en la cual se abordará el declive de los convencionalismos gerenciales como producto de la complejidad, la incertidumbre y la violencia que actualmente están caracterizando a las estructuras sociales, económicas y de mercado. El tema es de relevante interés ya que a pesar de esos cambios y al menos en la tradición occidental, buena parte de la dinámica empresarial contemporánea sigue sustentándose en creencias y valores que ya han perdido legitimidad social.

La ponencia trasciende la pura reflexión teórica para imbuirse en la acción, más aun cuando su eje central está representado por el pluralismo moral, el cual reconoce la existencia de diferencias y discrepancias de las que derivan múltiples opciones existenciales e ideológicas. En ella se argumenta la necesidad y el modo de alcanzar cierta unidad de razonamiento ético como medio de aproximación a un futuro que aun sin ser representativo de valores culturales totalmente compartidos, marca la forma de transcurrir por un mundo de vida colmado de discrepancias, pero en el que también confluyen principios mínimos de convivencia amparados en el respeto y en el sentido de justicia.

Haciendo un recorrido por la arquitectura de la nueva identidad gerencial, comprendiendo el concepto de “poder” desde un enfoque que supera las clásicas limitaciones gestadas en la modernidad, y enfatizando la autenticidad como germen del cambio y la transformación, se presentarán los tres grandes ejes de la acción gerencial postconvencional, alentando el desplazamiento de las actuales fronteras estratégicas de las organizaciones y mostrando la ruta práctica que, enriquecida por la diversidad y el pluralismo moral, permite armonizar saberes, conjugar identidades y articular relacionamientos como vía para superar los graves desequilibrios que aún persisten y para fomentar una cultura de paz e inclusión entre las distintas instancias de poder organizacional.

Gerencia avanzada: del poder del sistema al poder de los actores sociales


Desde hace más de cien años, el pensamiento gerencial clásico ha estado sustentado en patrones normativos conducentes a minimizar riesgos, evitar la incertidumbre y aumentar la rentabilidad, pero la dinámica social contemporánea muestra un conjunto de rasgos que cuestionan la vigencia de tales principios, hasta el punto que la humanización de las organizaciones ha sido considerada como el principal desafío de la gerencia y una de las grandes expresiones de responsabilidad social.

Entre otros factores, la humanización de la gerencia implica la necesidad de desprenderse del poder adjudicado a la racionalidad sistémica, para así otorgarles mayor poder discursivo a los actores sociales. Esto demanda una nueva identidad empresarial con alta expresividad ética, la cual se materializa en tres dimensiones: 1) un mayor equilibrio entre responsabilidades económicas y sociales; 2) nuevos espacios de libertad entre las personas que integran la organización; y 3) un estilo de toma de decisiones sustentado en el diálogo y la conexión emocional entre los sujetos llamados a decidir. 

Estos tres factores representan los nuevos desafíos organizacionales para asegurar el rol social de la empresa más allá del meramente económico; y en todos ellos, un cambio se revela como imprescindible: el cambio hacia nuevas relaciones de poder sustentadas en la comunicación, la confianza y la interdependencia; elementos íntimamente relacionados con la consolidación de conocimientos y saberes que cada organización es capaz de generar.

Partiendo de la premisa de que en la gerencia avanzada todos los actores organizacionales son personas racionales, emocionales y sociales que se comunican para alcanzar acuerdos genuinos, resulta lógico argumentar que el verdadero poder en las organizaciones lo ostenta la persona capaz de crear y consolidar nuevas relaciones de valor sustentadas en las conexiones emocionales, mas no aquella amparada por la autoridad que deviene simplemente de su posición en la estructura jerárquica, y mucho menos por la derivada de su posición económica o social.

Este simple viraje en el concepto del poder organizacional, acarrea cinco principios para las organizaciones que quieran tener éxito en la Sociedad del Conocimiento: (para ahondar en estos principios, léase a Ramírez, Mario (2011) “Neuropoder: Aproximación onto-epistémica de la gerencia avanzada”)

Primer principio: El poder se ejerce en las organizaciones para producir acciones  favorables, tanto en los actores estratégicos como en el contexto  social y ecológico.
Segundo principio: El ejercicio del poder organizacional debe ser producto de la aceptación de colaboradores libres (y responsables)
Tercer principio: El poder es producto del conocimiento; por lo tanto, al igual que éste, debe estar diseminado por toda la organización. 
Cuarto principio: El ejercicio del poder organizacional se produce en ambientes de conflicto, pero coherentes con las políticas, normas y conductas que se pregonan.
Quinto principio: El ejercicio del poder organizacional requiere gerentes dispuestos al diálogo, a la negociación y fieles a los acuerdos alcanzados.

En fin, las nuevas realidades económicas, sociales, políticas, tecnológicas y de mercado, no pueden estar al margen de los actores sociales que integran las organizaciones. Por ello, una de las principales características de la gerencia avanzada es el denotado esfuerzo para legitimar sentimientos, actitudes, conocimientos y saberes, de modo tal que pueda crearse una cultura organizacional sustentada en los irrevocables valores de respeto a la condición humana, responsabilidad e interdependencia.

De este modo, la gerencia avanzada, caracterizada por una filosofía de gestión amparada en su alto contenido humano, va transfiriendo el poder a cada uno de los actores sociales para que de forma responsable y voluntaria, asuman los grandes retos que depara el futuro; retos que sin abandonar la prudencia impactarán favorablemente en las posibilidades reales de innovación y en la aproximación a un verdadero y genuino desarrollo social. 

Peter Drucker: la fuerza de un pensamiento


Basta con mencionar el nombre de Peter Drucker para que el interés renazca de las carcomidas estructuras académicas, gerenciales y empresariales. Según parece, la fuerza de Drucker no sólo radica en el respeto que se ha sabido ganar, sino también en la necesidad que se siente de conocer su legado; un legado que durante muchos años ha pasado desapercibido, pero que poco a poco va calando de distintas maneras en el pensamiento administrativo y social contemporáneo.

Peter Drucker, genio para algunos y farsante para otros, personifica la experiencia, la valentía, la reflexión, la imparcialidad, la humildad, la elegancia y el refinamiento; elementos éstos que conforman una adictiva combinación de imágenes y símbolos cautivantes, hasta ser considerado como uno de los líderes más influyentes del siglo XX.

Pero Peter Drucker no es para todos. Comprender a Drucker significa despojarse de los artilugios mentales que impiden ver más allá de lo que nuestros ojos nos permiten; significa abrir nuestra mente a nuevas formas de pensar, de hacer, de conocer; significa apartar la mirada de lo cotidiano, borrar los límites de nuestra imaginación y descubrir lo que nos apasiona, aun a sabiendas de que muy posiblemente no lograremos articular totalmente sus implicaciones. Significa, tomando las propias palabras de Drucker, reconocer que las premisas sobre las que se han construido y manejado las organizaciones ya no encajan con la realidad.

El camino que nos señaló Drucker no es para gerentes cobardes ni para miembros de pandillas populacheras; ese sendero sólo está abierto para quienes creyendo en sus propias verdades confían plenamente en sus capacidades; para quienes asuman su vida con sentido de responsabilidad y grandeza, para quienes sientan que además de ser propietarios de su destino también son capaces de influir moralmente en los demás, y para quienes estén convencidos de que el odio y la envidia son los principales ingredientes de los modelos políticos que en nombre de la libertad y la soberanía, atentan contra las propias libertades y contra la capacidad de tomar decisiones genuinas.

Quizás estemos demasiado amarrados a la historia; quizás no queramos pensar demasiado para no sentirnos infelices, pero de no romper esas cadenas, el legado de Peter Drucker no encontrará eco y seguiremos viviendo en el oscurantismo académico, gerencial y empresarial que hoy prevalece en buena parte de la sociedad occidental.

Muchos desafíos nos esperan, pero abrazar el descontento y aborrecer la mediocridad son los primeros retos de cualquier sociedad que mire al futuro. Drucker no estaba equivocado: “sólo la productividad de una nación puede generar equidad entre su pueblo”. Hoy, su pensamiento está más vigente que nunca.

Ética e innovación: una mirada desde el pensamiento de Peter Drucker


La orientación humanista de Peter Ducker, conjuntamente con la proyección de sus ideas más allá del tiempo que le tocó vivir, merecen dedicar un espacio para adentrarnos en la estructura axiológica de quien ya ha sido considerado como el padre de la nueva gerencia. No por casualidad, y aun cuando algunos programas académicos universitarios siguen anclados en los postulados de la administración científica, las estadísticas señalan que hoy en día (tanto en español como en inglés), se escribe once veces más sobre Peter Drucker que sobre Frederick Taylor.


Pongamos algo en claro: el gerente del siglo XXI no puede seguir siendo un simple administrador de recursos. Las nuevas realidades sociales, económicas, tecnológicas y políticas obligan a que la acción gerencial deje de centrarse en la administración para así dar paso a la innovación, no sólo en lo referente a productos y servicios, el qué (lo cual de por sí ya es importante) sino también en las formas, el cómo.

La innovación en el qué y en el cómo produce cambios culturales de sin igual trascendencia, sobrando razones de peso para argumentar que la gerencia sólo encuentra justificación mientras demuestre la capacidad de innovar; por ello, en el centro de las posibilidades de innovación, las figuras del gerente y del empresario ocupan lugar de privilegio. Visto así, la simple perspectiva de hacer de la persona humana el centro de estudio e inspiración de las acciones que puedan ser aplicadas para contribuir a su mejoramiento, deja entrever el profundo enfoque humanístico de la nueva gerencia, la empresa y las organizaciones.

A lo largo de su extensa obra iniciada en 1939, Drucker insiste una y otra vez en la importancia del conocimiento como germen de la autonomía científica y tecnológica en la que se asientan los procesos de innovación, dejando entrever que el estudio de la acción gerencial (incluyendo por supuesto la innovación empresarial e individual) se sustenta en dos importantes dimensiones: una de orden antropológico y otra de naturaleza ética. 

En cuanto a su dimensión antropológica, la acción gerencial se inicia mediante un proceso sistemático de tres fases: en primer lugar, la deliberación o reflexión interior, un esfuerzo racional que conjuga factores tan diversos como los cambios demográficos, las modas, los significados, los nuevos conocimientos, las tecnologías, lo inesperado y lo incongruente; en segundo lugar, la decisión y ejecución, las cuales representan la práctica responsable de la acción gerencial desplegada mediante la proactividad, el enfoque del cambio como oportunidad, la medición sistemática del desempeño y el permanente impulso a la búsqueda de la calidad; por último, la tercera fase hace referencia a la corrección, la cual implica la adopción de cambios y nuevos esquemas de actuación respecto a las acciones previamente desarrolladas o las que se encuentran en marcha.

Respecto a la dimensión ética de la acción gerencial (vista desde la tradición occidental), la práctica de la prudencia parece ser la dimensión axiológica que guía los comportamientos humanos. Desde la perspectiva occidental, las conductas son escrutadas, analizadas, discutidas y cuestionadas por terceros, por lo que en aras de lograr su legitimidad, los gerentes sienten la obligación ética de dar el ejemplo o de actuar según los valores culturales imperantes, aunque ello suponga comportamientos falsos o astutos en la práctica de las relaciones humanas. De hecho, una investigación realizada en Venezuela (como país portador de esta tradición), demuestra el predominio de comportamientos gerenciales claramente dramatúrgicos, desprovistos de autenticidad e incluso divorciados de imperativos normativos. (Para profundizar en este apartado, léase a: Pateiro, Eduardo (2010) Racionalismo ético y pluralidad moral: una aproximación a la postmodernidad organizacional)

Al contrario de lo que ocurre en este lado del mundo, la tradición oriental privilegia las relaciones de interdependencia, lo que invita a rechazar el poder derivado de una posición social o jerárquica. En otras palabras, las relaciones sociales dominan sobre las posiciones sociales y, en consecuencia, el valor de la lealtad se manifiesta de manera recíproca y auténtica en todos los estamentos de la organización.

En resumen, interpretando el pensamiento de Peter Drucker, el fundamento axiológico de la acción gerencial no es otro que la innovación prudente y responsable; innovación ésta que deriva del conocimiento para generar mayor conocimiento, todo un bucle recursivo que se convierte en germen del desarrollo humano y como tal, en vehículo de acercamiento a un futuro mejor.

Sobre política y estupidez colectiva



Una somera reflexión sobre la forma como la sociedad responde ante sus circunstancias políticas genera gran inquietud, mas aun cuando esas respuestas son el producto de una racionalidad puesta al servicio de intereses destructivos y mezquinos, pero cuando observamos individuos capaces de hacer daño a otra persona o grupo social, aun sin obtener un provecho para sí (e incluso auto-perjudicándose), la inquietud no solo da paso a la perplejidad, también a la vergüenza.

Existen suficientes indicios de que nos encontramos ante un proceso de bestialización social. Nuestro ethos se fragiliza con el paso de los días como si de una delgada capa de hielo se tratase. Las grietas de la exclusión y la barbarie que inspiraron las obras clásicas de Domingo Faustino Sarmiento y Stanley Kubrick (entre otros) parecen renacer en nuestro tiempo con más ímpetu, evidenciándose que la estupidez humana está muy lejos de ser vencida.

Toda respuesta humana es un acto racional; es el fruto de una deliberación interior consciente en la que lo emocional juega un papel de primer orden, pero la miseria mental que padece buena parte de la sociedad se traduce en decisiones sustentadas en la negación del pensamiento y la reflexión, que no sólo afectan a quienes se rigen por la alucinante lógica de la insensatez, sino que trasciende con un profundo y significativo impacto en la colectividad.

La estupidez no es más que la voluntaria exteriorización de la ignorancia que es propia de quienes no tienen necesidad de pensar. “Prohibido pensar” parece ser el referente ontológico de la estupidez. Lo hemos visto en más de una campaña electoral en países que no han alcanzado siquiera un mediano nivel de desarrollo social. Pero esto no es nuevo; ya lo decía Aldous Huxley: “Todos los caudillos populacheros de los años de posguerra han seguido la misma política: han organizado circos políticos a fin de distraer la atención del pueblo de su hambre y la incertidumbre social predominante. Incapaces de llenar los vientres vacíos con pan, su meta es llenar cabezas vacías con banderas, con cháchara y bandas de música e histeria colectiva

En los últimos años, la sociedad y las instituciones han experimentado una peligrosa degradación moral gracias a la caribería hecha arte con el propósito de mantener la vigencia de un nombre propio como reclamo público. Cambiar las formas, deformar la realidad, negar la historia, elogiar ruines pasiones, vulgarizar el arte, desvirtuar logros ajenos y denigrar de quienes piensan de modo distinto, también forman parte del argumento político mezquino que alienta la desmemoria y la capacidad de pensar.

Hemos cometido el gran error de subestimar el creciente número de individuos estúpidos que circulan por el mundo; nos hemos equivocado al percatarnos demasiado tarde de que la estupidez desmoraliza, y contra ella hasta los dioses luchan en vano.

Ética de la calle (la ética payasa)



Pequeñas vanidades y algunas mentirijillas siempre han formado parte del decorado de la personalidad, y es porque la apariencia importa, y mucho, en un mundo cuyos ocupantes se bambolean entre la supervivencia y la competición.

Pensamos que el respeto de los demás solo se obtiene mediante la imagen social que proyectamos. Dejamos de tomarnos en serio para intentar gozar del respeto ajeno, perfeccionándonos día a día en el difícil arte de simpatizar al público, y esto no es más que una irreverencia a la autenticidad.

Creemos que aunque la tragedia interior nos invada, siempre habrá un mañana para reír y hacer sonreír. Al mostrarnos socialmente dóciles y divertidos, intentamos esconder la vulnerabilidad que surge de nuestras más intimas verdades y de la densa sombra de nuestros conflictos; de este modo, la cotidianidad se nos presenta como una suerte de payasearía que discurre por el entramado de nuestra mente, no siendo necesarias vestimentas extravagantes, excesivos maquillajes o llamativas pelucas para materializar nuestras más chuscas intenciones.

Nos exhibimos al mundo no como lo que somos, sino como queremos que nos vean; por eso, la ética genuina, la que llevamos por dentro sin perfume ni almidón, es la de la calle; es la ética payasa que se traduce en el arte popular de vivir día tras día; es la que nos impulsa a sonreír ante un sufrimiento y a mitigar las penas ajenas olvidándonos por un momento de las propias; es la que nos define al poder reírnos de nosotros mismos, porque en estos tiempos vacilantes y sin tregua, lo importante no es el ayer sino el ánimo con el que nos levantemos aunque tengamos sal en las heridas.

Yo también quiero mi bosón (a propósito del bosón de Higgs)



El reciente hallazgo de una misteriosa partícula que -según parece- todo lo puede explicar, ha causado una polémica sin precedentes en el mundo de la física. El descubrimiento del bosón de Higgs promete, y no es para menos; una partícula con tanto misterio no se encuentra todos los días; mucho menos en las kilométricas ecuaciones que -seguro estoy- han secuestrado miles de horas de sueño a Higgs y su pandilla.

La famosa partícula ya no es el producto de la imaginación matemática con la que se escudriñó el más profundo entramado de nuestros orígenes y del por qué somos como somos;  hoy ya se asegura su existencia;  la partícula está ahí, mírenla, es real, ¿vieron cómo se mueve?, ¿acaso no la ven?, pero si se ve clarita;  ¡qué guay!

Ahora sí que es verdad. Con ese bosón se acabaron nuestros problemas terrenales; al fin encontraremos la paz, se acabará la violencia, ya no habrá necesidad de hacer largas colas desde la madrugada para renovar la licencia de conducir, los supermercados estarán repletos de productos esperándonos; todos tendremos una casa digna antes del 2018. No habrá más huecos en la calle; los cortes de luz, la corrupción, la malversación y el tráfico en las horas pico serán cosa del pasado... ¿te acuerdas, Nicolás?... No hará falta ir a trabajar porque los gobiernos (incluso los latinoamericanos) comprarán muchos bosones y los repartirán a diestra y siniestra para alegría del pueblo. Israel hará las paces con Irán y Corea del Norte; el Reino Unido será más europeísta que el propio continente, incluso renunciará a Gibraltar, y al English Channel lo llamarán como se tiene que llamar: “el Canal de la Mancha”. Los países bolivarianos exhibirán un águila calva en sus escudos. El hip-hop y la bachata se convertirán en coros de ángeles. Los chinos dejarán de ser achinados para que más nunca sean confundidos con los japoneses. Se acabará la incertidumbre sobre el Euro;  los mercados financieros serán más éticos y solidarios; la prima de riesgo española estará por debajo de los 400 puntos y Madrid, por fin será elegida como sede de los Juegos Olímpicos. Los taxistas parisinos comenzarán a ser educados y la letra pequeña de los contratos no será menor de milímetro y medio. Por si esto fuera poco, en el fútbol se acabarán los goles fantasmas y -lo mejor- Balotelli no volverá a mostrar sus pectorales al mundo. A final de cuentas, gracias a Higgs seremos felices.

Cada quien tendrá su bosón (solamente uno porque estarán racionados, pero habrá para todos y todas); tan sólo será necesario registrarse en la “Gran Misión Bosón” y esperar a que les sea adjudicado; eso sí, no se emocionen, los bosones no podrán ser transferidos ni heredados porque nadie podrá ser el legítimo propietario de un bosón.

Y ahora que tenemos la famosa partícula para nuestro uso y disfrute; ¿qué hacemos con ella?, ¿hay que frotarla?, ¿viene con un manual o su uso es simplemente intuitivo?, ¿las instrucciones estarán en español? Pues no querido amigo; el bosón no es la lámpara de Aladino; no le servirá para otra cosa que ayudarle a entender la razón de sus actitudes, de sus caprichos y temores; solamente le ayudará a comprenderse a usted mismo y al que piensa distinto a usted; le ampliará su horizonte existencial; comprenderá que hay vida más allá de su conuco y sus gallinas; le ayudará a descubrir su insatisfacción para que de una vez por todas pueda cambiar su mentalidad de víctima sobreviviente, pero sobre todo le invitará a luchar contra sus propios prejuicios e incapacidades para así aceptar con gallardía los grandes retos que tenemos por delante.

Necesitamos buenos gobiernos; no cabe duda, pero para tener buenos gobiernos necesitamos ser buenos ciudadanos, personas que dejemos de regocijarnos con las limosnas y que aprendamos a recordar lo que nos une y a respetar lo que nos separa, y si la partícula de Dios -el bosón- nos ayuda a conseguirlo, yo también quiero el mío.

Investigación científica: un acto de evasión


He dicho en múltiples ocasiones que toda investigación es un acto de creación, una aventura literaria, un evento socializador y un ejercicio persuasivo. Estas cuatro vertientes conducen a considerar que la investigación también es una experiencia de fe. 

El investigador tiene fe en sí mismo porque cree (valga la redundancia) en su capacidad para crear, cree en su potencial para socializar y para persuadir. El investigador cree en lo propio, en su interioridad, en sus fortalezas y en las que no lo son tantas; tiene fe en que podrá sacar a la luz lo que los demás desconocen, pero el investigador también cree en la importancia social de su trabajo, en su pertinencia y en la congruencia cultural de su creación; es decir que el investigador, además de tener fe en sí mismo, también tiene fe en el núcleo social al que se dirigen sus descubrimientos.

Pero para descubrir debe actuarse con libertad, y a menos que disponga del suficiente talante para desprenderse de sus monótonas rutinas y liberarse de sus inquietudes, ansiedades y temores, el investigador no será más que un prisionero de sus prejuicios y de los factores externos que lo condicionan, pues nunca habrá posibilidades de descubrir mientras se viva con el miedo de lo que sucedió o de algo que pueda ocurrir. 

No se puede crear haciendo chapuceras imitaciones; tampoco, sobre la sombra de la represión tras intentar vencer estereotipos o visiones engringoladas de la ciencia.

La investigación científica no es un deporte de alto riesgo en el que siempre se está a medio camino entre el temor y el placer. Para investigar debemos liberarnos de los temores porque toda investigación comienza con una pregunta para la que no debemos sentir temor al enunciarla; una pregunta que marca el problema y que a fin de cuentas también conduce a su solución; una pregunta que exige prudencia al formularla, y produce placer al contestarla.

El simple hecho de formular una pregunta reclama apartarse del conformismo para retar lo instituido, actuando con libertad y determinación; esto de por sí implica evadirnos de un molde cultural que estrecha las posibilidades creadoras; pero además, debemos investigar el problema para conocer la solución, y para ello necesitamos la suficiente energía, intensidad y pasión para vencer esa especie de somnolencia mental que padecemos y a la que tristemente nos hemos acostumbrado, lo cual también demanda huir de la zona de comodidad, redimensionando el concepto de peligro, pues toda sensación de peligro constituye un obstáculo a cualquier intento creador.

Sin duda, es bastante fácil hacer preguntas sin sentido o identificar problemas donde no los hay; preguntas hechas de ese modo revelan que no estamos ansiosos de experimentar algo extraordinario y, por lo tanto, tampoco dispuestos a evadir el férreo molde de los convencionalismos.

La gran interrogante que surge es: ¿hasta qué punto interesa huir de lo aceptado y lo instituido? ¿Hasta qué punto somos verdaderos investigadores? 

Como siempre, más preguntas que respuestas, pero en cualquier caso, la conciencia reflexiva de cada quien es la única que podrá marcar las diferencias.

Educación para la respetabilidad: una relación en entredicho

De manera casual, días atrás tropecé con algunos pasajes de la extensa obra de Jiddu Krishnamurti, quien por la claridad de sus ideas y la solidez de sus convicciones, al menos es merecedor de ser tomado en cuenta. La obra de Krishnamurti es un yacimiento de críticas contra el conformismo social, la tradición educativa e incluso contra la respetabilidad, pues según se desprende de la línea central de su pensamiento, en el mundo contemporáneo, el hombre respetable es el hombre mediocre, conformista, el hombre que ha sido educado para adaptarse a una sociedad profundamente enferma y así poder darle continuidad al pasado, sin las herramientas precisas para descubrir lo nuevo y lo necesario.

Tras una breve reflexión sobre las ideas de Krishnamurti se advierte que el precio de la respetabilidad devenida de la tradición educativa, no parece ser otro que la confusión y la infelicidad. El precio a pagar por la dignidad que representa una mente ilustrada, parece ser el obligado aislamiento de los valores humanos fundamentales, lo que se traduce en la cada vez mayor apatía moral y en la progresiva pérdida de la autenticidad, en aras de obtener una mayor percepción de adaptabilidad a una sociedad enferma; una sociedad en la que el respeto no es más que la actitud motivada por una recompensa, llegando con ella a fomentarse la codicia del respetable y el temor de quien respeta.

Esa respetabilidad, que bien pudiera denominarse dramatúrgica, nace del condicionamiento social con su conjunto de creencias, ritos, esperanzas, angustias y temores, mientras que la respetabilidad necesaria, el respeto auténtico y genuino, nace de la comprensión del diferente, sin condicionamientos, sin cortapisas, en un marco de libertad delimitado tan solo por los valores culturales que, por su naturaleza, no pueden ser objeto de discusión.

Es entonces como podrá entenderse que el verdadero papel de la educación no debiera estar limitado a crear ciertas condiciones de seguridad y comodidad, de estabilidad y éxito en el entramado social del que formamos parte; mucho menos para fortalecer egos intranscendentes plasmados en la sensación de respetabilidad que se perciba, más propios del rol de víctimas sobrevivientes, que del catálogo cultural de los actores responsables del desarrollo.

La educación solo cobrará sentido en la medida que ayude a fortalecer la inteligencia para discernir lo esencial de lo mundano, para crear relaciones de valor entre individuos, para desprenderse de los miedos que están presentes en toda sociedad que privilegie lo dramatúrgico sobre lo genuino, y para ayudar a comprender la libertad y la integración; en otras palabras, para entender el orden interno de cada individuo y para aprender a pensar en términos de inclusión y conciencia colectiva.

En fin, las ideas de Krishnamurti constituyen un poderoso caldo de cultivo para la investigación y la reflexión profunda sobre el papel de la educación en una sociedad que necesita ser remoralizada, pues educar es ayudar a discernir entre el intelecto (conciencia cognitiva) y la inteligencia (conciencia reflexiva), y mientras no se aborde la educación desde este prisma, las casas de estudio solo seguirán siendo bastiones del intelecto perspicaz, astuto y ambicioso, instituciones legitimadoras de una visión deformada de la vida y el mundo, que es la causa de nuestros mayores y más significativos problemas contemporáneos.


La arquitectura moral de la organización postmoderna


Desde la antigüedad, la organización del trabajo se ha sustentado en premisas que han dejado evidencias de la irracionalidad arquitectónica de su diseño. Las profundas contradicciones derivadas de la supuesta incongruencia entre los conceptos de libertad y eficiencia sobre la que se han edificado los distintos modelos y enfoques organizacionales, atentan contra la esencia misma de la condición humana, produciendo un vacío de legitimación moral cuyos efectos anulan la posibilidad de alcanzar un clima de convivencia pacífica amparada en la razón, la pasión, el respeto y la comprensión. 

Esto demanda encontrar las bases ontológicas de una nueva forma organizacional, a través de la cual se haga justicia a la realidad dialógica del hombre y a las exigencias de la vida humana, procurando su desarrollo moral y el del contexto en el que interactúa. Para ello, considerando la organización como una realidad social configurada a partir de la construcción de significados, utilizando como hilo conductor los tres momentos del actuar ético propuestos por Dussel y apoyado en una metodología hermenéutica-dialéctica, en este artículo se esbozan las líneas teóricas de una nueva arquitectura moral organizacional centrada en los conceptos de vida, consenso y factibilidad, llamando así a conjugar el poder de creación y trascendencia del hombre, con los más genuinos intereses desde los cuales se le otorga sentido a la acción colectiva.   Descargar el artículo a texto completo

Afinar cencerros para un mundo al revés

La vorágine cotidiana, esa desordenada aglomeración de sucesos y sentimientos que aceleran el tiempo y difuminan la historia, parece estar conduciéndonos hacia un estado de precariedad cognitiva y salvajismo moral sin precedentes. Lo sublime está siendo desplazado por lo chabacano, lo mediocre, y lo burlesco ha dejado de ser parodia carnestolenda sustentada en disparates e incoherencias, para llegar a convertirse en grotesca realidad que impone su particular imperio de farsas y traiciones.

En este mundo al revés, la máscara, más que artilugio usado para esconder el rostro y poder dar rienda suelta a pasiones reprimidas, se ha convertido en útil instrumento para encerrar ideas y pensamientos, para acallar la autenticidad y para mostrar todo el vacío que emerge de la contradicción.

Vivimos en un mundo de máscaras, en el que todo está potencialmente permitido ante la posibilidad de usurpar cuanto precepto lógico sea necesario para deleitarnos en la miseria y recrearnos en la tentación. “Es válido todo lo que me haga feliz” parece ser el sello moral de nuestro tiempo; sello que no distingue entre generaciones y estilos de vida, puesto que tal forma de pensamiento es observable tanto en jóvenes como en adultos, en alumnos como en profesores, en gerentes como en empleados, en políticos encumbrados como en aduladores de oficio, sin percatarnos de que tales enmascaramientos nos convierten en sujetos tristemente felices, una paradoja que nos recuerda la tragedia de Sísifo en su eterna montaña, y que arruina las ansias de progreso, la trascendencia de nuestros actos y la calidad de nuestra propia vida.

Enmascarados y permanentemente ensimismados en carnavalescas preocupaciones que actúan como válvulas de escape de una incómoda realidad, formamos un rebaño social que se deja guiar, tan solo, por quien pueda hacernos momentáneamente felices al apartarnos de la rigidez de los convencionalismos; no importan las verdaderas intenciones ni el final del camino, al parecer sólo interesa que se nos permita seguir mirándonos en el espejo de nuestra propia caricatura.

En un mundo al revés, irreverente y desfachatado, chapuceras conspiraciones y crímenes morales son cometidos con total permisividad e impunidad, incluso alentados por metafóricos y desacreditados pastores sumidos en un medievalismo cultural que reivindica el vasallaje, y que en aras del intercambio de apoyos y fidelidades mutuas, atenta contra la convivencia, el respeto y la tolerancia.

En fin, la comedia burlesca en la que se ha convertido nuestra sociedad, dibuja caprichosos horizontes ante una realidad de la que ninguna institución o tipo social escapa a su crítica, advirtiéndose una cotidianidad demasiado silvestre, para la que tal vez debamos rescatar el viejo oficio de afinador de cencerros, esas toscas campanas que además de advertir cuando algún animal se alejaba del rebaño, alertaban al pastor sobre el estado anímico e intenciones de los animales bajo su custodia. Pero en estos tiempos vacilantes, a quién colgarle el cencerro quizás sea la pregunta que con mayor insistencia debamos formularnos.

Escuchar, comprender, conectar: claves para entender la nueva gerencia

Las prácticas cotidianas de gestión, basadas en arquetipos gerenciales gestados en la modernidad, han alentado una polarización de posiciones y construido un escenario en el que aun se manifiestan profundas contradicciones y antagonismos, solamente neutralizados por fuerzas coercitivas que restan oportunidad a los sujetos para expresarse con libertad en sus particulares mundos de vida.

El énfasis en lo sistémico, el alejamiento de lo humano y la lucha por la sobrevivencia, han sembrado las semillas de la exclusión moral, creando un abismo emocional difícil de superar mientras no se refuercen los nexos emocionales desde los cuales pueda emerger el compromiso, el afecto y el respeto.

Borrar las cicatrices de la exclusión moral en las organizaciones, se traduce en la eliminación de los gérmenes de resentimientos y deseos de venganza, iniciándose con el simple hecho de asumir a las personas como seres humanos provistos de emociones, más que de razones.

En todo espacio de intercambio e interdependencia, la universalidad de las emociones llega a imponerse a la particularidad de las razones. Los fundamentos racionales pueden ser contrapuestos entre los miembros de un grupo social coherente, pero la emocionalidad es vivida y compartida intensamente por ellos. La emocionalidad nos hace humanos, es la que le otorga sentido a nuestra vida y alienta la toma de conciencia sobre nuestra vulnerabilidad en el entramado social, es la que nos empuja a entablar el diálogo, a unirnos en las diferencias y a confiar, incluso, en quien no conocemos.

La nueva gerencia se distingue de cualquier otra forma de gestión, precisamente por su capacidad para conectar emociones más que para imponer razones, pero para conectar emociones es necesario aprender a dialogar, lo cual significa ante todo, aprender a escuchar, poseer la actitud, la intención y la disposición para dejar de ser indiferentes a los distintos puntos de vista, intereses y circunstancias que afectan a los demás.

Ahora bien, para que pueda mantenerse el diálogo, primero debe encontrarse un punto en el que converjan cuestiones comunes entre los participantes, puesto que de lo contrario se perdería el interés tanto en la forma como en el contenido, y ese punto de encuentro no es otro que el componente afectivo que se da en las relaciones entre los sujetos dialogantes, con lo que se advierte que antes de discutir los intereses de las partes (lo cual sería propio de un proceso de negociación), se requiere abordar la construcción de una profunda y auténtica relación afectiva entre los sujetos, de manera tal que se ofrezcan recíprocas y adecuadas condiciones de confianza desde las que pueda florecer cualquier acuerdo racional y emocionalmente motivado. Obviamente, tal actitud, intención y disposición para escuchar, deja de lado cualquier acción de carácter dramatúrgico, normativo e instrumental, para inscribirse en una racionalidad de corte comunicativo.

A diferencia de la gerencia tradicional, entendida como un artefacto construido a partir de complejos tejidos normativos, la nueva gerencia se construye a sí misma a partir de los significados que los líderes le atribuyen a su propia vida y a la de los demás, una experiencia cognitiva y moral que trasciende su interioridad para trasladarla a la práctica de acciones libres en determinado contexto social. De ahí que en las organizaciones con un estilo de gerencia avanzada, el éxito de la gerencia no radica tanto en la convergencia de sus acciones respecto a los imperativos de los fines organizacionales, sino en la forma como los líderes logren alinear el sentido de sus propias vidas con los intereses y necesidades de los demás sujetos, portadores a su vez de distintos símbolos, significados y proyectos existenciales.

Dotar de congruencia a este tipo de organizaciones implica dotar a sus integrantes de las capacidades reflexivas, actitudinales y comunicativas que alienten la posibilidad de que sus acciones, más que enfocadas al logro de resultados, objetivos y metas organizacionales, sean producto del entendimiento a través de prácticas discursivas capaces de regular su comportamiento y de construir enunciados racionales sobre su propia interioridad y su contexto, todo ello con la finalidad de comprender e interpretar a los demás.

Comprender al otro implica conocer su interioridad para registrar el valor simbólico mediante el que se genera la producción de sentido en la práctica organizacional. Ese esfuerzo de comprensión comporta al mismo tiempo la aspiración de poder comprender y la esperanza asociada con lo comprendido; es decir, no solamente debe percibirse que el otro también es capaz de comprender, sino además, que ese esfuerzo conjunto habrá de conducir a algo que no `podrá ser alcanzado empleando otros medios, reforzándose de este modo el componente intersubjetivo que se haya presente en todo acto dialógico, vital en la posibilidad de alcanzar un acuerdo razonado.

Se advierte así, que la efectividad de las nuevas organizaciones descansa en una ética amparada en la alineación de emociones y elementos espirituales entre sujetos provistos de diferentes posturas, valoraciones e intereses, y tal alineación no puede darse sino mediante la comprensión del diferente a través del diálogo.

Es hora de que la obligación sea reemplazada por la seducción, (tal como lo inquiría Gilles Lipovetsky) y esa seducción sólo puede ser visualizada recurriendo al ámbito de lo emocional. Escuchar, comprender y conectar emociones, se constituyen así en las tres palabras claves para entender la nueva gerencia: una gerencia más humana, racionalmente eficaz y emocionalmente competente, capaz de posibilitar la convivencia pacífica entre sujetos provistos de entidad propia y con sentido de vida, más que entre hacedores obedientes atrapados en la historia de la injusticia y la exclusión.

Tesis doctoral: un compromiso ético


Invitado por el grupo de doctorandos en Gerencia Avanzada de la Universidad Fermín Toro (Núcleo Barinas) el pasado sábado 12 de Marzo se dictó la conferencia: "Tesis doctoral: un compromiso ético", mediante la que se mostraron los razonamientos que sustentan la autenticidad como perspectiva ética dominante, lo cual implica ver más allá del plano meramente académico, puesto que al representar una contribución al progreso de la naturaleza humana, además de poseer un contenido ético, toda tesis doctoral debiera también poseer una finalidad ética, por lo que se inscribe en el campo eminentemente moral.

Por ello, se enfatizó en que además de constituir un acto de creación, la tesis doctoral también es un hecho lingüístico, un acto socializador y un ejercicio persuasivo. Cada una de estas vertientes posee profundas implicaciones éticas, cuyo compromiso debe ser asumido sin vacilaciones por los autores.

Legitimar ficciones para la convivencia pacífica


Cualquier acercamiento teórico al manejo de la diversidad humana, comporta una referencia a la ficción que se halla implícita en toda interpretación; ficción que no debe ser entendida como falsedad o como algo opuesto a la verdad, sino como la representación de una realidad construida de forma autónoma y subjetiva, que alienta al sujeto a su narración y argumentación ante sus legítimas pretensiones por dotarla de veracidad y consistencia.
Toda organización se constituye en un escenario en el que convergen ficciones bajo la forma de creaciones mentales, fantasías, ilusiones y delirios a los que la racionalidad moderna intentó desconocer puesto que en ellas sólo había lugar para una realidad hegemónica, escasamente dispuesta a razonar ante las contradicciones en las que se hallaba sumida, y de las que sólo intentaba escapar recurriendo a sus propias ficciones perfiladas mediante acciones dramatúrgicas. De este modo, la retórica de la modernidad alentó la desnaturalización del sujeto sumido en sus propias complejidades, negándosele cualquier posibilidad de formular juicios críticos al amparo de su propia y también ficticia realidad.
En este acontecer, el sujeto organizado se constituyó en sujeto sumiso, obediente, silencioso, defensor de una tradición heredada, solitario y desprovisto del suficiente talante moral para actuar en función de una comunidad en la que no era capaz de encontrar su sentido de vida más allá del que le ofrecían sus profundos valores religiosos y familiares. No obstante, su carácter gregario pudo iluminar algunas zonas oscurecidas por el énfasis en la racionalidad instrumental, siendo capaz de crear nuevas ficciones, esta vez mediante la construcción de un capital relacional con el que además de intentar despejar sus dudas y vencer su soledad, le permitía tantear su poder en el entramado social del que formaba parte.
Perdido en la maraña de sus propias ficciones, el ser pudo encontrar refugio en convencionalismos cognitivos y morales, encaminándolo progresivamente a la absoluta pérdida de autenticidad. Estereotipos culturales rápidamente difundidos por los medios de comunicación social, así como modelos de gestión organizacional ajenos al temperamento e idiosincrasia de la colectividad en la que se hace vida, fueron rápidamente adoptados y sustituidos por otros nuevos en una sucesión infinita de despropósitos bajo la premisa de lo necesario, lo útil y lo correcto.
La fragilidad del yo pasó así a convertirse en la fragilidad del nosotros, erosionando a su vez los vínculos sociales artificialmente creados y debilitando aun más el sentido de vida; todo un ciclo recursivo del que brotaba la desesperanza, la desconfianza, el desentendimiento, la negación del otro, la injusticia, la insolidaridad y la exclusión.
Bajo este escenario y ante el miedo infundido por amenazas sociales, culturales, políticas, económicas y tecnológicas sobrevenidas de la racionalidad tecnocrática dominante, la necesidad de sobrevivencia emergió como la principal preocupación de la organización y sus individuos, y en su intento por lograrla, el hombre lucharía por sus propios ideales sin encontrar otros caminos que el del nihilismo, el egocentrismo y el fanatismo, contentándose con pequeñas ganancias marginales mediante las cuales intentaba compensar acumulados sentimientos de frustración, ingratitud e incertidumbre. En nombre de la sobrevivencia, la marginalidad de las intenciones cobró vida, y la pérdida de espontáneos vínculos comunicativos, como producto de la erosión de los enlaces emocionales y afectivos, deshumanizó a la organización hasta el punto de empobrecerla moralmente y acallar la promesa del futuro.
Sin embargo, no es en la promesa de reconstrucción de este futuro en donde habitan los gérmenes de un nuevo despertar de la conciencia, sino en la posibilidad de reconstruir una realidad que aun cuando por su naturaleza hermenéutica seguirá siendo ficticia, posee la capacidad de encontrar eco en ajenas conciencias reflexivas, hasta hoy indiferentes a las narrativas particulares de los sujetos que conforman determinado ámbito social.
Paradójicamente, más que conducir a la construcción de una organización ficticia, esa conjunción de ficciones la impulsa hacia su autenticidad, y si bien es cierto que la coexistencia de múltiples realidades en un mismo espacio socio-contextual incrementará su exposición a la incertidumbre (para la que no existen códigos que permitan descifrarla), tal incertidumbre incentivará la construcción de un sólido tejido emocional y afectivo mediante el cual se puedan desarrollar redes de confianza y de cooperación.
Si los significados se basan en creencias e interpretaciones, el conocimiento práctico tampoco pudiera ser producto de ilustradas mentes solitarias, por lo que su utilidad solo podrá derivarse del contexto, es decir a partir del intercambio de narrativas históricas y argumentos. Desde esta perspectiva, la ambición ética que trasciende la modernidad solo puede manifestarse a partir de la interpretación como práctica empírica que antecede a la decisión y la acción, y esto conduce inexorablemente a repensar la organización desde nuevos conceptos y con nuevas bases ontológicas.
Los cuestionamientos postmodernos hacia la estabilidad, la certidumbre, la formalización, el control, el poder como dominación, la racionalidad individual y la función del lenguaje como vehículo transmisor de un discurso (más no como constructor de realidades intersubjetivas), demandan el abordaje de la organización desde una perspectiva constructivista a partir de interacciones simbólicas mediadas por el diálogo. Es así como la conexión de los aspectos cognitivos y emocionales marcará el devenir histórico de los sujetos que la conformen, y tal vinculación sólo podrá darse mediante un proceso de socialización a través del cual se armonicen saberes, se conjuguen identidades y se articulen relacionamientos.
Las organizaciones están llamadas a convertirse en comunidades interpretativas, las cuales no se construirán a partir de retóricas persuasivas, sino mediante el potencial argumentativo de sus integrantes. Por ello, desarrollar la conciencia más allá de dogmas religiosos, empujar hacia el diálogo para vencer los miedos y ampliar la capacidad de comprensión del diferente, se constituyen en condiciones necesarias para refundar la ética en los espacios organizacionales; una ética de la autenticidad narrativa, argumentativa e interpretativa, sin la cual no habría lugar para garantizar la continuidad histórica de cualquier sistema social, pues toda continuidad implica ruptura y desaprendizaje, demanda apartarse de la historia, y más aun cuando esa historia está repleta de negaciones e indiferencias que carcomen el sentido de vida, la fe y la esperanza.