Autenticidad: base de la ética en contextos de posmodernidad

La postmodernidad, entendida desde su dimensión ontológica antes que epocal, demanda una nueva justificación moral de la organización, que al estar construida sobre una base cognitiva y relacional, deberá ser capaz de trascender los particulares ámbitos de acción de sus miembros, al tiempo que sobrevive al carácter transicional de los individuos que la conforman.

Más allá de las teorías que sostienen que la legitimidad de la organización está dada por su capacidad de contribuir a la satisfacción de las necesidades sociales a través de sus productos y servicios, se asume que la justificación moral de la organización debiera estar centrada en la noción del discurso que, al emerger de las relaciones sociales, es portador de una capacidad para aglutinar la distintas posiciones y perspectivas desde las cuales se configuran los relacionamientos y se construye una realidad social. Estos relacionamientos deben ser entendidos como procesos continuos que se construyen y reconstruyen permanentemente, por lo que jamás puede pretenderse el diseño de una solución final o definitiva al problema epistemológico y moral que actualmente padecen las organizaciones.

De este modo se entiende que si bien el discurso moral de la organización postmoderna intenta romper con una tradición amparada en determinismos normativos e intereses teleológicos derivados de la racionalidad estratégica que exhiben las instituciones dominantes, su construcción sólo será posible en la medida en que se vayan superando las barreras culturales que dotan de inercia a la acción directiva, sin que esto llegue a significar el desmoronamiento de valores universales o el total abandono de los símbolos y significados que han sido forjados durante el devenir histórico de los actores sociales que la integran.

Más que como tolerancia o permisividad moral, la postmodernidad organizacional debe comprenderse como el marco de un pensamiento público que otorga la cualidad de natural al entrecruzamiento de diferencias inspiradas en múltiples orígenes y convicciones, que no por diferentes representan límites a la capacidad de entendimiento, sino que precisamente por estar enraizadas con las distintas tradiciones y los múltiples significados que los actores sociales le otorgan a sus mundos de vida, amplían la posibilidad de alcanzar un acuerdo genuino sobre las normas de actuación, principios y valores mínimos de convivencia; todos ellos elementos necesarios para alcanzar objetivos particulares y colectivos en un clima de convivencia y paz. En consecuencia, no existirá pensamiento postmoderno donde no se permita a los individuos obrar con arreglo a fines colectivos, pero también con arreglo a fines privados.

Lo anterior significa que en un ambiente de postmodernidad, el concepto ético debiera trascender las nociones sobre lo debido, lo necesario, lo justo y lo correcto, para fundirse con el deseo de conservación del individuo, que en su carácter de legítimo interés, a la sombra de la tradición y bajo el imperativo de la seguridad, constituye el cimiento sobre el que se construye la acción individual en el ámbito colectivo.

Puesto que el razonamiento ético solamente puede ser edificado sobre la base de los significados que los propios actores le asignan a dicho concepto, se impone la idea de sustituir el actual orden organizacional amparado en la lógica de la instrumentalidad por un estado dialógico de la autenticidad, y esto implicaría modificar los horizontes morales de los actores sociales, ya que al igual que ocurre con el concepto ético, la noción de lo auténtico sólo puede manifestarse en primera persona.

De aquí que en un ambiente de postmodernidad, el sujeto social solo podrá ser razonablemente ético mientras se le permita actuar de forma auténtica, lo cual lleva asociadas las ideas de identidad y libertad (vistas desde una perspectiva individual), pero también de entendimiento (desde una perspectiva colectiva), siendo precisamente esta última, la que a través del uso del poder como capacidad de relacionamientos, permitirá la inclusión de las diferencias, la consolidación del capital relacional y la legitimación del pluralismo moral en un mismo espacio socio-contextual.

Dicho de otro modo, los signos de los nuevos tiempos imponen la adopción de una perspectiva ética de la autenticidad, representada por un nuevo marco cotidiano de la acción basado en la auto-conciencia de la libertad plena y desvinculado de los reduccionismos clásicos de la ética del deber, de la virtud, de la utilidad, de las convicciones y de las responsabilidades.