La organización como arquitectura del consenso

El segundo momento del actuar ético propuesto por Dussel, da cuenta que la acción humana no sólo debe ser el producto de un consenso entre quienes conducen y controlan la organización, sino también entre quienes trabajan en ella y entre quienes desde el exterior, se ven afectados por sus acciones. Este consenso, alcanzado mediante la racionalidad de las personas dispuestas al entendimiento, es lo que le otorga sentido al mundo social, por lo que sobre la base de estas consideraciones iniciales, las instancias dialógicas de convivencia y comunicación debieran lucir como determinantes éticas de la organización contemporánea, por encima incluso de otros factores históricamente reconocidos como prioritarios, tales como el poder, la remuneración o el estilo de gestión empleado.

Si bien la organización vista como arquitectura de vida se vincula con la naturaleza del hombre y sus fines existenciales, la «arquitectura del consenso» se proyecta como el modo mediante el cual, el ser aspira alcanzar dichos fines con arreglo a su libertad política. Sin embargo, aún reconociendo la intersubjetividad como fuente de diálogo para el acercamiento de los diferentes puntos de vista morales, la búsqueda del consenso en la organización no debiera ser considerada por sí sola como garantía de satisfacción del ideal de vida y convivencia, puesto que tal como lo aclara Ayllón,“el consenso solo es legítimo cuando todos aceptan normas básicas de conducta moral”. En consecuencia, el actuar ético que fundamenta la convivencia, solamente pudiera estar sustentado en sólidos principios morales, no susceptibles de discusión por parte de los miembros de la organización.

De este modo, para que sea legítimo, el pretendido consenso dentro de una determinada comunidad moral (organización), no debiera estar solo enfocado al modo en que deban actuar las personas con divergencias en algunas cuestiones fundamentales, sino que inicialmente debiera estar orientado a crear las condiciones propias del medio en el que se pretendan ejercer esas interacciones, favoreciendo incluso la permanencia de antagonismos, contradicciones, ambigüedades e incertidumbres, como mecanismos de desarrollo moral y aseguramiento de la convivencia pacífica. Esto revela un horizonte mucho más amplio que la tolerancia, el respeto por la diversidad o la simple negociación de acuerdos políticos, ya que lleva implícito la negociación de valores; pero ¿cuáles serían las pautas de esta negociación y el estilo de pensamiento en la que transcurriría?

“La realidad es una construcción mental que se plasma en la comunicación” (Zimmermann) y como tal, cada miembro contribuye a construir una realidad social organizacional configurada a partir de la construcción de significados. En este punto es preciso considerar los postulados de Wenger, quien afirma que dicha construcción supone un proceso de negociación, lo cual, además de implicar una continua interacción, envuelve dos procesos constitutivos: «participación» y «reificación». Según este autor, la participación es el proceso complejo de hacer, hablar, pensar y sentir, en el que se conjuga la experiencia social de vivir en el mundo como miembro de una comunidad social, activamente implicado en ella, mientras que el concepto de reificación está vinculado a la expresión “making into a thing” con la que Wenger refiere el conjunto de procesos, no necesariamente sujetos a reglas prediseñadas o adecuadas a normas de uso, mediante los cuales se construye la experiencia personal y se gestan los diferentes puntos de vista, acotando que incorpora un amplio rango de procesos que, entre otros, incluye la fabricación, el diseño, la representación, la codificación, la descripción, la percepción, la interpretación, el uso, la decodificación y la modificación.

Dicho lo anterior, se advierte que la complejidad de las organizaciones de corte tradicional, caracterizadas por un estilo de pensamiento convergente hacia un objetivo predeterminado por las instancias de poder, sin considerar las distintas percepciones de los actores involucrados, se torna aún más confusa si a la diversidad cultural y al pluralismo moral que reina entre sus miembros, se le añade la brecha entre la experiencia personal (gestada desde la reificación) y la experiencia social (gestada desde la participación). Así pudiera explicarse que dado el debilitamiento de su sentido para la “correspondencia social, que constituye la fuente fundamental de su actitud moral.” (Llano y otros), el hombre se comporte socialmente de modo distinto a como piensa, no siendo de extrañar que ante los posibles dilemas a los que deba enfrentarse, mas que sentir la necesidad de responder ante los demás, prefiera concentrarse sobre sí mismo.

La carencia del consenso genuino en la organización tradicional, deriva del entrecruzamiento de propósitos individuales que desligados del mundo objetivo, y al no compartir una misma fuente de actitud moral, suponen la necesaria aceptación de una incertidumbre creciente, contraria a la lógica que ha dominado la evolución de las distintas teorías administrativas y de la organización. No obstante, el reconocimiento de la incertidumbre, la transitoriedad, la inmediatez y la ausencia de verdades absolutas como características generales del mundo de vida contemporáneo, obliga a la gestión consciente de las instancias de diálogo y comunicación, sustentada en la visión compartida del modo como al hombre se le permitirá alcanzar sus fines existenciales. Solo así, habrá oportunidad para la coexistencia pacífica en la que transcurrirá el proyecto común de desarrollo moral, mediante el cual se pueda garantizar el compromiso y la viabilidad de la realidad social auto-construida y compartida desde las diferencias.

De los párrafos precedentes se desprende que la organización entendida como arquitectura del consenso, no solo defiende la naturaleza existencial del hombre y su autonomía, sino que al mismo tiempo posibilita las decisiones y la cooperación en procura de la equidad, la credibilidad, la confianza y la legitimidad del medio en el que se pretenden ejercer las interacciones entre personas racionales dotadas de diferentes concepciones morales, convirtiéndose éstas en razones de hecho para respetar, de modo consciente, el acuerdo moral que permitirá transitar, como dice Bauman, “entre las rocas del ayer y las arenas movedizas del mañana” .

Consecuentemente, así entendida, la organización transita del actual énfasis monológico en la «imposición», -conducente al acatamiento defensivo de los fines y las normas de convivencia-, a la construcción dialógica intersubjetiva de las razones que sus miembros esgrimirán para coadyuvar al desarrollo de un esfuerzo colectivo, respaldado en un acuerdo moralmente alcanzado para sostener el nuevo orden social, inscribiéndose, por tanto, en una nueva geometría del poder caracterizada por el respeto hacia el conjunto de prácticas discursivas, capaces de sustentar la coincidencia de intereses comunes, en concordancia con los fines contemplados en los múltiples y muy particulares proyectos de vida de sus miembros.