Identidad: motor de la aspiración ética

Las organizaciones constituyen constructos sociales que se encuentran atrapadas entre la fidelidad a las tradiciones (algunas ya deslegitimadas) y los nuevos valores emergentes. Su ubicación a medio camino entre estos extremos las hace complejas e inciertas, desencadenándose manifestaciones violentas que cada vez atentan más contra la libertad y la autonomía. En otras palabras, los fines de la organización parecen ser contradictorios respecto a los fines de sus miembros, quienes solamente sienten la necesidad de pertenecer a ella al considerarla como un medio para materializar sus intereses personales y familiares. Esto inclina a los individuos a asumir el papel de víctimas y los coloca al margen de una sociabilidad entendida como el principio rector de la vida humana.

Al igual que ocurre con el resto de sujetos “organizados” los gerentes también enfrentan múltiples desafíos que derivan de su lucha diaria entre las convicciones personales y las responsabilidades organizacionales asociadas con el cargo. A través del empleo de un poder de corte eminentemente instrumental, la gerencia ha permanecido estancada en la búsqueda del control y la efectividad, pero sin capacidad para aportar respuestas a las nuevas demandas sociales, configurándose de este modo una gerencia fría, calculadora y con escaso contenido humano, lo cual inadvertidamente atenta contra el logro de los objetivos gerenciales y organizacionales.

Ante todo debe recordarse que la naturaleza del ser humano ejerce una acción pendular entre la autonomía y la sociabilidad, y el tratamiento que le demos a ese largo recorrido marcará nuestro tránsito vital, desde el fanatismo y el radicalismo (en el extremo de la autonomía) hacia la construcción de lazos afectivos de carácter eminentemente dramatúrgico y circunstancial (en el extremo de la sociabilidad).

Paradójicamente, en este mundo convulsionado, las férreas convicciones personales no necesariamente conducen a su materialización, reflejándose así la enorme complejidad en la que nos hemos sumido. En mentes escasamente desarrolladas, esto pudiera interpretarse como el germen de continuas frustraciones y dislocaciones entre pensamiento y acción, pero en otras algo más reflexivas, las imágenes complejas del mundo adquirirán mayor riqueza al abrirse también el abanico de posibilidades que se presentan ante nosotros.

Es por ello que la complejidad del mundo está enraizada en la aventura de la vida, la cual solamente podrá intentar clarificarse a través de una conciencia crítica, de una identidad que fusione los indiscutibles valores humanistas (tolerancia, respeto, libertad, concordia, etc.) con la riqueza que emerge de la diversidad humana.

Esto demanda una nueva forma de gerenciar amparada en la autenticidad trascendente, es decir, en la adquisición de nuevas convicciones para el despliegue de nuevos horizontes que lleguen a ser permanentes en la conciencia reflexiva de individuos emocionalmente competentes y no solamente técnicamente capacitados.

Obviamente, este nuevo sentido gerencial quebranta algunas verdades que hasta los momentos han sido consideradas como incuestionables, pero el rumbo de los acontecimientos sociales, el despertar de una conciencia aletargada por la dominación instrumental, la cada vez menor disposición para seguir tolerando las obsoletas prácticas gerenciales que aún persisten, y el reconocimiento de las diferencias como núcleo central de la identidad cultural, obligan a otorgar un nuevo sentido a la acción directiva amparada en enormes dosis de conocimiento y de moralidad.

Como componente del patrimonio emocional del individuo, la identidad marca el punto exacto en el que nos encontramos con referencia a ese largo camino entre autonomía y sociabilidad, pero quizás lo más importante no sean las impresiones emocionales que puedan emerger ante determinadas circunstancias, sino la actitud que se tome ante ellas, la cual derivará en nuevos y profundos sentimientos que oscilarán entre la frustración y la esperanza, y que en todo caso son poseedores del poder para dibujar la realidad percibida, condicionar nuestras acciones y abonar el camino de la aspiración ética.

Quizás la historia de la humanidad haya puesto demasiado énfasis en intentar resolver problemas de significados y valores, pero más que enfrentar dichos problemas, lo que la actualidad nos demanda es aprender a conjugar los contrastes implícitos en tales significados, en los distintos valores que a final de cuentas son los que nos hacen diferentes y poseedores de una identidad propia que no por ello debe ser ajena a los intereses colectivos.

Sólo mediante la gestación de individuos libres y responsables, poseedores y conscientes de una identidad propia, podrá iniciarse el tránsito hacia el verdadero desarrollo humano. Sobre este particular la gerencia tiene muchas explicaciones que dar.