Gerencia avanzada: el arte de abandonar la soledad y el silencio

Todos los caminos conducen a algún sitio que marca su final, pero rara vez ese final coincide con el último aliento del caminante. El largo peregrinaje por los innumerables caminos de la vida se reduce precisamente a eso: a caminar sin perder el aliento bajo la increpadora mirada de la historia y la tradición, pero ¿caminar hacia dónde?

El que camina hacia ninguna parte se sumerge en una profunda contradicción, en el vacío de una soledad tan sólo matizada por sus propios pensamientos y pesares; para esta clase de caminante solitario e ignorante, mente y camino son sus aliados para la nada y también sus verdugos. Por su parte, el que camina sabiendo a dónde quiere llegar, tropieza con múltiples obstáculos que le tientan a abandonar su lucha y a tomar otros senderos que quizás sean ajenos a su voluntad; para este tipo de caminante solitario pero consciente, la cobardía es su mejor equipaje, tanto anhela llegar a su destino que pierde la perspectiva de su andar al desconocer la verdadera razón que le impulsa para acometer su aventura vital.

La gerencia está llena de caminantes solitarios, algunos de ellos ignorantes de profesión como consecuencia del ayuno cognitivo y moral al que se han sometido, mientras que otros, quizás la mayoría, son portentosos ilustrados que conscientes de la superioridad racional que despliegan, no tienen remilgo en utilizarla como arma de dominio y control, escondiendo verdades y sembrando dudas sobre el talante moral de sus intenciones.

He aquí la gran tragedia de la gerencia contemporánea. Extravagantemente ruidosa en la esfera cognitiva, pero aterradoramente silenciosa en el ámbito moral. Ese silencio, gratuito e ilimitado, se convierte en la mejor respuesta a lo que no se desea responder, al tiempo que constituye la mayor demostración de desprecio por lo que gira a su alrededor. Con el silencio se construyen los límites entre lo público y lo privado, pero su inmenso poder destructivo corroe los cimientos de la confianza y el respeto, carcomiendo las propias bases de cualquier estructura social, incluyendo por supuesto, la organización empresarial.

La gente siempre prefiere caminar al lado de quienes se interesen por sus circunstancias, ya sea en el plano personal o laboral, por eso detesta a los que escondiéndose en el linaje del cargo o de su historia, intentan desacreditar su presencia, sus emociones, sus anhelos y esperanzas. La gente quiere decir lo que piensa, necesita ser escuchada para aliviar la carga del camino, implora la aceptación de sus diferencias y la tolerancia a sus debilidades. La gente solicita que se le pregunte y que se le hable, necesita sentirse parte de lo humano y no simple instrumento de producción; sabiendo eso, la primera tarea del gerente es hacer hablar a los demás.

No existen argumentos mediante los que se intente preservar cualquier estilo gerencial amparado en el vacío humano. Al ser la organización la máxima expresión de la coherencia dentro de la diversidad y el pluralismo moral que reina en ellas, también es la antítesis de la soledad y en consecuencia, es incompatible con el silencio. ¿Pueden los gerentes atribuirse el derecho de actuar en contra de la propia condición de lo que gerencian? Obviamente no, por eso es tiempo de avanzar, es momento de romper las cadenas de la soledad y el silencio que hacen de la gerencia contemporánea algo que ya ha dejado de ser defendible.