La arquitectura moral de la organización postmoderna


Desde la antigüedad, la organización del trabajo se ha sustentado en premisas que han dejado evidencias de la irracionalidad arquitectónica de su diseño. Las profundas contradicciones derivadas de la supuesta incongruencia entre los conceptos de libertad y eficiencia sobre la que se han edificado los distintos modelos y enfoques organizacionales, atentan contra la esencia misma de la condición humana, produciendo un vacío de legitimación moral cuyos efectos anulan la posibilidad de alcanzar un clima de convivencia pacífica amparada en la razón, la pasión, el respeto y la comprensión. 

Esto demanda encontrar las bases ontológicas de una nueva forma organizacional, a través de la cual se haga justicia a la realidad dialógica del hombre y a las exigencias de la vida humana, procurando su desarrollo moral y el del contexto en el que interactúa. Para ello, considerando la organización como una realidad social configurada a partir de la construcción de significados, utilizando como hilo conductor los tres momentos del actuar ético propuestos por Dussel y apoyado en una metodología hermenéutica-dialéctica, en este artículo se esbozan las líneas teóricas de una nueva arquitectura moral organizacional centrada en los conceptos de vida, consenso y factibilidad, llamando así a conjugar el poder de creación y trascendencia del hombre, con los más genuinos intereses desde los cuales se le otorga sentido a la acción colectiva.   Descargar el artículo a texto completo

Afinar cencerros para un mundo al revés

La vorágine cotidiana, esa desordenada aglomeración de sucesos y sentimientos que aceleran el tiempo y difuminan la historia, parece estar conduciéndonos hacia un estado de precariedad cognitiva y salvajismo moral sin precedentes. Lo sublime está siendo desplazado por lo chabacano, lo mediocre, y lo burlesco ha dejado de ser parodia carnestolenda sustentada en disparates e incoherencias, para llegar a convertirse en grotesca realidad que impone su particular imperio de farsas y traiciones.

En este mundo al revés, la máscara, más que artilugio usado para esconder el rostro y poder dar rienda suelta a pasiones reprimidas, se ha convertido en útil instrumento para encerrar ideas y pensamientos, para acallar la autenticidad y para mostrar todo el vacío que emerge de la contradicción.

Vivimos en un mundo de máscaras, en el que todo está potencialmente permitido ante la posibilidad de usurpar cuanto precepto lógico sea necesario para deleitarnos en la miseria y recrearnos en la tentación. “Es válido todo lo que me haga feliz” parece ser el sello moral de nuestro tiempo; sello que no distingue entre generaciones y estilos de vida, puesto que tal forma de pensamiento es observable tanto en jóvenes como en adultos, en alumnos como en profesores, en gerentes como en empleados, en políticos encumbrados como en aduladores de oficio, sin percatarnos de que tales enmascaramientos nos convierten en sujetos tristemente felices, una paradoja que nos recuerda la tragedia de Sísifo en su eterna montaña, y que arruina las ansias de progreso, la trascendencia de nuestros actos y la calidad de nuestra propia vida.

Enmascarados y permanentemente ensimismados en carnavalescas preocupaciones que actúan como válvulas de escape de una incómoda realidad, formamos un rebaño social que se deja guiar, tan solo, por quien pueda hacernos momentáneamente felices al apartarnos de la rigidez de los convencionalismos; no importan las verdaderas intenciones ni el final del camino, al parecer sólo interesa que se nos permita seguir mirándonos en el espejo de nuestra propia caricatura.

En un mundo al revés, irreverente y desfachatado, chapuceras conspiraciones y crímenes morales son cometidos con total permisividad e impunidad, incluso alentados por metafóricos y desacreditados pastores sumidos en un medievalismo cultural que reivindica el vasallaje, y que en aras del intercambio de apoyos y fidelidades mutuas, atenta contra la convivencia, el respeto y la tolerancia.

En fin, la comedia burlesca en la que se ha convertido nuestra sociedad, dibuja caprichosos horizontes ante una realidad de la que ninguna institución o tipo social escapa a su crítica, advirtiéndose una cotidianidad demasiado silvestre, para la que tal vez debamos rescatar el viejo oficio de afinador de cencerros, esas toscas campanas que además de advertir cuando algún animal se alejaba del rebaño, alertaban al pastor sobre el estado anímico e intenciones de los animales bajo su custodia. Pero en estos tiempos vacilantes, a quién colgarle el cencerro quizás sea la pregunta que con mayor insistencia debamos formularnos.

Escuchar, comprender, conectar: claves para entender la nueva gerencia

Las prácticas cotidianas de gestión, basadas en arquetipos gerenciales gestados en la modernidad, han alentado una polarización de posiciones y construido un escenario en el que aun se manifiestan profundas contradicciones y antagonismos, solamente neutralizados por fuerzas coercitivas que restan oportunidad a los sujetos para expresarse con libertad en sus particulares mundos de vida.

El énfasis en lo sistémico, el alejamiento de lo humano y la lucha por la sobrevivencia, han sembrado las semillas de la exclusión moral, creando un abismo emocional difícil de superar mientras no se refuercen los nexos emocionales desde los cuales pueda emerger el compromiso, el afecto y el respeto.

Borrar las cicatrices de la exclusión moral en las organizaciones, se traduce en la eliminación de los gérmenes de resentimientos y deseos de venganza, iniciándose con el simple hecho de asumir a las personas como seres humanos provistos de emociones, más que de razones.

En todo espacio de intercambio e interdependencia, la universalidad de las emociones llega a imponerse a la particularidad de las razones. Los fundamentos racionales pueden ser contrapuestos entre los miembros de un grupo social coherente, pero la emocionalidad es vivida y compartida intensamente por ellos. La emocionalidad nos hace humanos, es la que le otorga sentido a nuestra vida y alienta la toma de conciencia sobre nuestra vulnerabilidad en el entramado social, es la que nos empuja a entablar el diálogo, a unirnos en las diferencias y a confiar, incluso, en quien no conocemos.

La nueva gerencia se distingue de cualquier otra forma de gestión, precisamente por su capacidad para conectar emociones más que para imponer razones, pero para conectar emociones es necesario aprender a dialogar, lo cual significa ante todo, aprender a escuchar, poseer la actitud, la intención y la disposición para dejar de ser indiferentes a los distintos puntos de vista, intereses y circunstancias que afectan a los demás.

Ahora bien, para que pueda mantenerse el diálogo, primero debe encontrarse un punto en el que converjan cuestiones comunes entre los participantes, puesto que de lo contrario se perdería el interés tanto en la forma como en el contenido, y ese punto de encuentro no es otro que el componente afectivo que se da en las relaciones entre los sujetos dialogantes, con lo que se advierte que antes de discutir los intereses de las partes (lo cual sería propio de un proceso de negociación), se requiere abordar la construcción de una profunda y auténtica relación afectiva entre los sujetos, de manera tal que se ofrezcan recíprocas y adecuadas condiciones de confianza desde las que pueda florecer cualquier acuerdo racional y emocionalmente motivado. Obviamente, tal actitud, intención y disposición para escuchar, deja de lado cualquier acción de carácter dramatúrgico, normativo e instrumental, para inscribirse en una racionalidad de corte comunicativo.

A diferencia de la gerencia tradicional, entendida como un artefacto construido a partir de complejos tejidos normativos, la nueva gerencia se construye a sí misma a partir de los significados que los líderes le atribuyen a su propia vida y a la de los demás, una experiencia cognitiva y moral que trasciende su interioridad para trasladarla a la práctica de acciones libres en determinado contexto social. De ahí que en las organizaciones con un estilo de gerencia avanzada, el éxito de la gerencia no radica tanto en la convergencia de sus acciones respecto a los imperativos de los fines organizacionales, sino en la forma como los líderes logren alinear el sentido de sus propias vidas con los intereses y necesidades de los demás sujetos, portadores a su vez de distintos símbolos, significados y proyectos existenciales.

Dotar de congruencia a este tipo de organizaciones implica dotar a sus integrantes de las capacidades reflexivas, actitudinales y comunicativas que alienten la posibilidad de que sus acciones, más que enfocadas al logro de resultados, objetivos y metas organizacionales, sean producto del entendimiento a través de prácticas discursivas capaces de regular su comportamiento y de construir enunciados racionales sobre su propia interioridad y su contexto, todo ello con la finalidad de comprender e interpretar a los demás.

Comprender al otro implica conocer su interioridad para registrar el valor simbólico mediante el que se genera la producción de sentido en la práctica organizacional. Ese esfuerzo de comprensión comporta al mismo tiempo la aspiración de poder comprender y la esperanza asociada con lo comprendido; es decir, no solamente debe percibirse que el otro también es capaz de comprender, sino además, que ese esfuerzo conjunto habrá de conducir a algo que no `podrá ser alcanzado empleando otros medios, reforzándose de este modo el componente intersubjetivo que se haya presente en todo acto dialógico, vital en la posibilidad de alcanzar un acuerdo razonado.

Se advierte así, que la efectividad de las nuevas organizaciones descansa en una ética amparada en la alineación de emociones y elementos espirituales entre sujetos provistos de diferentes posturas, valoraciones e intereses, y tal alineación no puede darse sino mediante la comprensión del diferente a través del diálogo.

Es hora de que la obligación sea reemplazada por la seducción, (tal como lo inquiría Gilles Lipovetsky) y esa seducción sólo puede ser visualizada recurriendo al ámbito de lo emocional. Escuchar, comprender y conectar emociones, se constituyen así en las tres palabras claves para entender la nueva gerencia: una gerencia más humana, racionalmente eficaz y emocionalmente competente, capaz de posibilitar la convivencia pacífica entre sujetos provistos de entidad propia y con sentido de vida, más que entre hacedores obedientes atrapados en la historia de la injusticia y la exclusión.

Tesis doctoral: un compromiso ético


Invitado por el grupo de doctorandos en Gerencia Avanzada de la Universidad Fermín Toro (Núcleo Barinas) el pasado sábado 12 de Marzo se dictó la conferencia: "Tesis doctoral: un compromiso ético", mediante la que se mostraron los razonamientos que sustentan la autenticidad como perspectiva ética dominante, lo cual implica ver más allá del plano meramente académico, puesto que al representar una contribución al progreso de la naturaleza humana, además de poseer un contenido ético, toda tesis doctoral debiera también poseer una finalidad ética, por lo que se inscribe en el campo eminentemente moral.

Por ello, se enfatizó en que además de constituir un acto de creación, la tesis doctoral también es un hecho lingüístico, un acto socializador y un ejercicio persuasivo. Cada una de estas vertientes posee profundas implicaciones éticas, cuyo compromiso debe ser asumido sin vacilaciones por los autores.

Legitimar ficciones para la convivencia pacífica


Cualquier acercamiento teórico al manejo de la diversidad humana, comporta una referencia a la ficción que se halla implícita en toda interpretación; ficción que no debe ser entendida como falsedad o como algo opuesto a la verdad, sino como la representación de una realidad construida de forma autónoma y subjetiva, que alienta al sujeto a su narración y argumentación ante sus legítimas pretensiones por dotarla de veracidad y consistencia.
Toda organización se constituye en un escenario en el que convergen ficciones bajo la forma de creaciones mentales, fantasías, ilusiones y delirios a los que la racionalidad moderna intentó desconocer puesto que en ellas sólo había lugar para una realidad hegemónica, escasamente dispuesta a razonar ante las contradicciones en las que se hallaba sumida, y de las que sólo intentaba escapar recurriendo a sus propias ficciones perfiladas mediante acciones dramatúrgicas. De este modo, la retórica de la modernidad alentó la desnaturalización del sujeto sumido en sus propias complejidades, negándosele cualquier posibilidad de formular juicios críticos al amparo de su propia y también ficticia realidad.
En este acontecer, el sujeto organizado se constituyó en sujeto sumiso, obediente, silencioso, defensor de una tradición heredada, solitario y desprovisto del suficiente talante moral para actuar en función de una comunidad en la que no era capaz de encontrar su sentido de vida más allá del que le ofrecían sus profundos valores religiosos y familiares. No obstante, su carácter gregario pudo iluminar algunas zonas oscurecidas por el énfasis en la racionalidad instrumental, siendo capaz de crear nuevas ficciones, esta vez mediante la construcción de un capital relacional con el que además de intentar despejar sus dudas y vencer su soledad, le permitía tantear su poder en el entramado social del que formaba parte.
Perdido en la maraña de sus propias ficciones, el ser pudo encontrar refugio en convencionalismos cognitivos y morales, encaminándolo progresivamente a la absoluta pérdida de autenticidad. Estereotipos culturales rápidamente difundidos por los medios de comunicación social, así como modelos de gestión organizacional ajenos al temperamento e idiosincrasia de la colectividad en la que se hace vida, fueron rápidamente adoptados y sustituidos por otros nuevos en una sucesión infinita de despropósitos bajo la premisa de lo necesario, lo útil y lo correcto.
La fragilidad del yo pasó así a convertirse en la fragilidad del nosotros, erosionando a su vez los vínculos sociales artificialmente creados y debilitando aun más el sentido de vida; todo un ciclo recursivo del que brotaba la desesperanza, la desconfianza, el desentendimiento, la negación del otro, la injusticia, la insolidaridad y la exclusión.
Bajo este escenario y ante el miedo infundido por amenazas sociales, culturales, políticas, económicas y tecnológicas sobrevenidas de la racionalidad tecnocrática dominante, la necesidad de sobrevivencia emergió como la principal preocupación de la organización y sus individuos, y en su intento por lograrla, el hombre lucharía por sus propios ideales sin encontrar otros caminos que el del nihilismo, el egocentrismo y el fanatismo, contentándose con pequeñas ganancias marginales mediante las cuales intentaba compensar acumulados sentimientos de frustración, ingratitud e incertidumbre. En nombre de la sobrevivencia, la marginalidad de las intenciones cobró vida, y la pérdida de espontáneos vínculos comunicativos, como producto de la erosión de los enlaces emocionales y afectivos, deshumanizó a la organización hasta el punto de empobrecerla moralmente y acallar la promesa del futuro.
Sin embargo, no es en la promesa de reconstrucción de este futuro en donde habitan los gérmenes de un nuevo despertar de la conciencia, sino en la posibilidad de reconstruir una realidad que aun cuando por su naturaleza hermenéutica seguirá siendo ficticia, posee la capacidad de encontrar eco en ajenas conciencias reflexivas, hasta hoy indiferentes a las narrativas particulares de los sujetos que conforman determinado ámbito social.
Paradójicamente, más que conducir a la construcción de una organización ficticia, esa conjunción de ficciones la impulsa hacia su autenticidad, y si bien es cierto que la coexistencia de múltiples realidades en un mismo espacio socio-contextual incrementará su exposición a la incertidumbre (para la que no existen códigos que permitan descifrarla), tal incertidumbre incentivará la construcción de un sólido tejido emocional y afectivo mediante el cual se puedan desarrollar redes de confianza y de cooperación.
Si los significados se basan en creencias e interpretaciones, el conocimiento práctico tampoco pudiera ser producto de ilustradas mentes solitarias, por lo que su utilidad solo podrá derivarse del contexto, es decir a partir del intercambio de narrativas históricas y argumentos. Desde esta perspectiva, la ambición ética que trasciende la modernidad solo puede manifestarse a partir de la interpretación como práctica empírica que antecede a la decisión y la acción, y esto conduce inexorablemente a repensar la organización desde nuevos conceptos y con nuevas bases ontológicas.
Los cuestionamientos postmodernos hacia la estabilidad, la certidumbre, la formalización, el control, el poder como dominación, la racionalidad individual y la función del lenguaje como vehículo transmisor de un discurso (más no como constructor de realidades intersubjetivas), demandan el abordaje de la organización desde una perspectiva constructivista a partir de interacciones simbólicas mediadas por el diálogo. Es así como la conexión de los aspectos cognitivos y emocionales marcará el devenir histórico de los sujetos que la conformen, y tal vinculación sólo podrá darse mediante un proceso de socialización a través del cual se armonicen saberes, se conjuguen identidades y se articulen relacionamientos.
Las organizaciones están llamadas a convertirse en comunidades interpretativas, las cuales no se construirán a partir de retóricas persuasivas, sino mediante el potencial argumentativo de sus integrantes. Por ello, desarrollar la conciencia más allá de dogmas religiosos, empujar hacia el diálogo para vencer los miedos y ampliar la capacidad de comprensión del diferente, se constituyen en condiciones necesarias para refundar la ética en los espacios organizacionales; una ética de la autenticidad narrativa, argumentativa e interpretativa, sin la cual no habría lugar para garantizar la continuidad histórica de cualquier sistema social, pues toda continuidad implica ruptura y desaprendizaje, demanda apartarse de la historia, y más aun cuando esa historia está repleta de negaciones e indiferencias que carcomen el sentido de vida, la fe y la esperanza.

Foro: Gerencia social en el contexto global


Promovido y organizado por la Dra. Luz Patricia Pardo, de la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca (Colombia), se realizó el foro virtual internacional "Gerencia Social en el Contexto Global", en el que Venezuela estuvo representada por el CIEG en la persona del Dr. Eduardo Pateiro como panelista, junto a la Dra. Zulma Santos (Colombia), Dras. Sandra Mendoza y Tania González (Ecuador) y Dr. Josias Arteaga (USA).


El foro forma parte de una investigación que adelanta la Dra. Pardo, cuyas conclusiones serán hechas públicas en el marco de la 1ª Jornada Internacional de Educación y Gerencia Avanzada, a realizarse los días 20 y 21 de Mayo 2011 en el Hotel Jirahara (Barquisimeto - Venezuela)

Identidad: motor de la aspiración ética

Las organizaciones constituyen constructos sociales que se encuentran atrapadas entre la fidelidad a las tradiciones (algunas ya deslegitimadas) y los nuevos valores emergentes. Su ubicación a medio camino entre estos extremos las hace complejas e inciertas, desencadenándose manifestaciones violentas que cada vez atentan más contra la libertad y la autonomía. En otras palabras, los fines de la organización parecen ser contradictorios respecto a los fines de sus miembros, quienes solamente sienten la necesidad de pertenecer a ella al considerarla como un medio para materializar sus intereses personales y familiares. Esto inclina a los individuos a asumir el papel de víctimas y los coloca al margen de una sociabilidad entendida como el principio rector de la vida humana.

Al igual que ocurre con el resto de sujetos “organizados” los gerentes también enfrentan múltiples desafíos que derivan de su lucha diaria entre las convicciones personales y las responsabilidades organizacionales asociadas con el cargo. A través del empleo de un poder de corte eminentemente instrumental, la gerencia ha permanecido estancada en la búsqueda del control y la efectividad, pero sin capacidad para aportar respuestas a las nuevas demandas sociales, configurándose de este modo una gerencia fría, calculadora y con escaso contenido humano, lo cual inadvertidamente atenta contra el logro de los objetivos gerenciales y organizacionales.

Ante todo debe recordarse que la naturaleza del ser humano ejerce una acción pendular entre la autonomía y la sociabilidad, y el tratamiento que le demos a ese largo recorrido marcará nuestro tránsito vital, desde el fanatismo y el radicalismo (en el extremo de la autonomía) hacia la construcción de lazos afectivos de carácter eminentemente dramatúrgico y circunstancial (en el extremo de la sociabilidad).

Paradójicamente, en este mundo convulsionado, las férreas convicciones personales no necesariamente conducen a su materialización, reflejándose así la enorme complejidad en la que nos hemos sumido. En mentes escasamente desarrolladas, esto pudiera interpretarse como el germen de continuas frustraciones y dislocaciones entre pensamiento y acción, pero en otras algo más reflexivas, las imágenes complejas del mundo adquirirán mayor riqueza al abrirse también el abanico de posibilidades que se presentan ante nosotros.

Es por ello que la complejidad del mundo está enraizada en la aventura de la vida, la cual solamente podrá intentar clarificarse a través de una conciencia crítica, de una identidad que fusione los indiscutibles valores humanistas (tolerancia, respeto, libertad, concordia, etc.) con la riqueza que emerge de la diversidad humana.

Esto demanda una nueva forma de gerenciar amparada en la autenticidad trascendente, es decir, en la adquisición de nuevas convicciones para el despliegue de nuevos horizontes que lleguen a ser permanentes en la conciencia reflexiva de individuos emocionalmente competentes y no solamente técnicamente capacitados.

Obviamente, este nuevo sentido gerencial quebranta algunas verdades que hasta los momentos han sido consideradas como incuestionables, pero el rumbo de los acontecimientos sociales, el despertar de una conciencia aletargada por la dominación instrumental, la cada vez menor disposición para seguir tolerando las obsoletas prácticas gerenciales que aún persisten, y el reconocimiento de las diferencias como núcleo central de la identidad cultural, obligan a otorgar un nuevo sentido a la acción directiva amparada en enormes dosis de conocimiento y de moralidad.

Como componente del patrimonio emocional del individuo, la identidad marca el punto exacto en el que nos encontramos con referencia a ese largo camino entre autonomía y sociabilidad, pero quizás lo más importante no sean las impresiones emocionales que puedan emerger ante determinadas circunstancias, sino la actitud que se tome ante ellas, la cual derivará en nuevos y profundos sentimientos que oscilarán entre la frustración y la esperanza, y que en todo caso son poseedores del poder para dibujar la realidad percibida, condicionar nuestras acciones y abonar el camino de la aspiración ética.

Quizás la historia de la humanidad haya puesto demasiado énfasis en intentar resolver problemas de significados y valores, pero más que enfrentar dichos problemas, lo que la actualidad nos demanda es aprender a conjugar los contrastes implícitos en tales significados, en los distintos valores que a final de cuentas son los que nos hacen diferentes y poseedores de una identidad propia que no por ello debe ser ajena a los intereses colectivos.

Sólo mediante la gestación de individuos libres y responsables, poseedores y conscientes de una identidad propia, podrá iniciarse el tránsito hacia el verdadero desarrollo humano. Sobre este particular la gerencia tiene muchas explicaciones que dar.