Interpretando a Sísifo

En El Mito de Sísifo, Albert Camus nos revela la grandeza de la soledad humana en la que se funde una conciencia amparada en la ambigüedad de la razón, el inútil sueño de la meta inalcanzable y la dignidad de las creencias propias, aún por más insignificantes y absurdas que luzcan ante los demás.

Es en la grandeza de su soledad donde reside la gratificante y efímera libertad de Sísifo para reencontrarse con su propia tragedia: la de una vida sin horizontes ni significado. Pero esa tragedia es al mismo tiempo la fuente de su dicha, pues Sísifo no siente el deseo de liberarse de su cotidianidad carente de sentido y significación. No tiene razones para ello. Consciente de su eterna derrota y de la inutilidad de su vida, su felicidad se sustenta en la carencia de angustias y de temores, así como también en la ausencia de expectativas y motivaciones.

De ese modo, Sísifo se nos presenta como instrumento de los Dioses, quien dejándose llevar por los designios de la providencia divina, se siente incapaz de cambiar los espacios, los tiempos, las formas y los contenidos de su mundo de vida; pero aún así piensa que su destino le pertenece y estando en paz consigo mismo reedita sus pasos, convencido de que su esfuerzo vale la pena.

El mito de Sísifo no acepta escala de grises. Todo es blanco y negro al mismo tiempo. Dicha y tragedia, amalgamadas por su incapacidad deliberativa. No hay en Sísifo espacio para las reacciones ni las deducciones, sólo lo hay para la obediencia y la aceptación. El todo es su roca, su montaña y la convicción de su destino. De ese modo, no siente el peso de la responsabilidad y tampoco se percibe en su condición de víctima. Es un hombre absurdo en un mundo sin sentido, quien inhabilitado para valorar su propia existencia y desprovisto de argumentos, se repliega sobre sí mismo para refugiarse en la placidez de su miseria.

Irónicamente, el mito de Sísifo convive con nosotros. Es el mito de la realidad contemporánea en la que el esfuerzo del hombre parece distanciarse del propósito de su vida, pues así como Sísifo se refugia en la placidez de su miseria, el hombre contemporáneo encuentra alivio en las coordenadas científicas y morales que –como Dioses- ordenan su vida, despojándolo de la libertad para transgredir supuestos morales y encontrar un punto de equilibrio entre lo convencional y lo transformativo.

Pero el mito debe acabar. El hombre es el único ser viviente que no tiene una condición predeterminada de existir. Si bien la razón instrumental ha convertido al hombre contemporáneo en un ser dubitativo colmado de paradojas, de responsabilidades reñidas con las convicciones y de deseos e intereses reprimidos por la lógica de la dominación, no es menos cierto que la cotidianidad se presenta imparcial al desconocer cualquier modo determinado de vivir y coexistir. Por ello, la irracional lucidez de la conciencia que define al hombre moderno, no cierra las puertas de la esperanza tal como le sucedió a Sísifo; tampoco lo convierte en un ser absurdo y carente de sentido. Todo lo contrario, al no existir certezas absolutas que conduzcan a la razón y a la verdad, absurda sería la pretensión de mantener la acriticidad general sobre los supuestos que han modelado la vida del hombre, así como absurda sería también la falta de carácter con la que el hombre enfrenta su vida.

Es este el momento de desprendernos de la tragedia de Sísifo que llevamos por dentro. Ha llegado la hora de empuñar el tesoro de la libertad, no respecto a lo que se quiera hacer, sino a lo que se pueda hacer; posibilidad ésta vinculada a la naturaleza de las rocas de la vida cotidiana que convertidas en parte del hombre, llegan a definirlo y a otorgarle valor a su vida, aún dentro de lo absurda que pueda parecer. Es hora de apreciar la bella y eterna fugacidad de las ideas y los pensamientos, puesto que el exagerado ejercicio de la razón, cual roca que sin cesar sube y baja la montaña, supondrá la negación de la vida misma. En fin, es tiempo de comenzar a mirar de reojo a los dioses.